El principal personaje secundario de la historia. Fouché una grandeza shakesperiana: él sería, a la Traición, lo que Otelo a los Celos o Hamlet a la Duda. La leyenda negra de un superviviente Fouché fue un maestro de la «adaptación al cambio». Nacido en el seno de una familia humilde y educada en un seminario como religioso, ejerció como profesor de física, lógica y matemáticas antes de ser elegido como diputado adscrito a una opción política burguesa y muy moderada. Tras estallar la revolución, ingresó en las filas de los girondinos, el partido de los representantes del clero y la burguesía que forma la mayoría llamada «de derechas» por su localización a la derecha de la Asamblea.
Stefan Zweig, en su célebre biografía novelada, lo definió como «el más excepcional de los hombres políticos» Prólogo del editor y el gran Honoré de Balzac, en su novela Un asunto tenebroso, dijo de él que era «un genio singular, la cabeza más brillante que he conocido».Joseph Fouché (1759-1820) el principal personaje secundario de la historia. Este inventor del espionaje moderno, que él llamó «Alta Policía», ocupó los cargos más destacados en Francia en los momentos más cruciales de este país y desempeñó su papel mayormente en la sombra, pero sin renunciar a acumular un inmenso poder que le permitió mover los hilos tras el escenario.
Su tránsito hacia la edad contemporánea, como para los estudiosos de la sociología, los analistas del pensamiento y de la acción política, o por supuesto también para todos los interesados en la psicología y los abismos del alma humana.Su capacidad para encarnar una de las facetas del mal: la traición. Algunas de las más famosas opiniones que se han vertido sobre Fouché hacen hincapié en la característica señalada: para Maximiliano Robes Pierre, que antes de ser su encarnizado enemigo fue su amigo de juventud, Fouché era «un bajo y despreciable impostor... un hombre cuyas manos están llenas de botín y crímenes»; el exquisito aristócrata y diplomático Talleyrand, su admirado rival, dijo de él que «desprecia tanto a la humanidad porque se conoce demasiado bien a sí mismo»; en sus Memorias de ultratumba Chateaubriand inmortalizó con una famosa frase el momento en que, tras los efímeros 100 días de Napoleón, el renqueante duque de Talleyrand cruzó la antesala del recién restaurado Luis XVIII apoyado en el brazo de Fouché, duque de Otranto: «De repente, entró el vicio apoyado en la traición»; y por fin el gran Napoleón, que tanto contó con Fouché, malgré lui, escribió de su antigua «mano izquierda» y ministro de Policía: «Sólo he conocido a un auténtico y completo traidor: ¡Fouché!», aunque también había dicho de él en otra ocasión: «Ha sido el único hombre de Estado que he tenido»...
LA FASE DE PODER: antiguamente monárquico moderado Fouché hará méritos como el más radical de los jacobinos hasta llegar a la presidencia del partido, en franca competencia con Robes Pierre.Sin embargo, cuando crea llegado el momento, Fouché desempeñará un papel protagonista en la caída del régimen del Terror: según el propio Robes Pierre, Fouché fue el oscuro «cocinero de la conspiración» de Thermidor, el golpe de Estado que lo llevó a la guillotina. Durante la etapa del Directorio, Fouché es inicialmente perseguido por su colaboración con el régimen del Terror republicano, pero conspira hasta ganarse la confianza de Barrás y llegar de nuevo a lo más alto, primero como agente diplomático del gobierno y en 1799 como ministro de Policía.Llegado a este puesto, para el que se sabe nacido, Fouché tiene carta blanca para poner en juego todo su talento. Durante los próximos dieciséis años, con breves paréntesis, ejercerá de ministro de Policía bajo los distintos gobiernos del Directorio, del Consulado y del Imperio de Napoleón y finalmente, incluso, de la Monarquía restaurada de Luis XVIII.
Con su talento político, unido a su habilidad para obtener y manejar esta ingente información, supo hacerse imprescindible para sus superiores. Cuando en una ocasión Napoleón se enfrenta con él gritando: « ¡Debería echarlo y mandarlo fusilar!», Fouché responde impasible: «No soy de esa opinión, sire».En los largos y cruciales años en que estuvo al lado de Napoleón, velando por su seguridad, Fouché desarrollará su labor más importante como pilar del régimen. Sus relaciones con el sire, quien lo admiraba sin simpatizar con él, fueron tensas, y Fouché cayó varias veces en desgracia, pero siempre supo levantarse airoso y recuperar con creces su posición. Y cuando al fin llegue el irremediable ocaso de la estrella de Napoleón, será Fouché quien se haga con el poder y lidere la restauración de la monarquía. El republicano radical Fouché, el poder en la sombra de los gobiernos de Napoleón, regresa a sus orígenes moderados y trabaja para lograr la vuelta de los Borbones a Francia. En 1815 el propio rey Luis XVIII, hermano del decapitado Luis XVI, será su testigo de boda con la joven condesa de Castellane, exponente del más Antiguo Régimen. Fouché ha sobrevivido a la Convención, al Terror, al Directorio, al Consulado, al Imperio, a la corta Restauración, a los Cien Días, al segundo Directorio y por fin a la Monarquía de Luis XVIII, y se ha mantenido siempre en el candil.
Adaptarse a las circunstancias del poder: la visión del personaje maquiavélico e intrigante, más atento a sus intereses que a los principios, la caricatura del traidor dispuesto siempre hacia el mal cede terreno ante la figura del astuto superviviente, dispuesto hacia el bien, pero ambicioso y poco proclive a ejercer de mártir en una época tan radicalmente sacudida como la que le tocó vivir.¡Qué desgracia mayor que la de andar errante, en el destierro, fuera del propio país! ¡Francia, que tan amada me fuiste! Ya no te veré más, ¡ay de mí! ¡Cuán caros me cuestan el poder y las grandezas! Aquellos a quienes tendí la mano no me la tenderán. Veo que se me quisiera condenar incluso al silencio de lo por venir. ¡Vana esperanza! Yo sabré engañar el acecho de los que espían el despojo de mis recuerdos y revelaciones; la vigilancia de los que se disponen a tender trampas al porvenir de mis hijos. Si éstos son aún de demasiado jóvenes para desconfiar de esos artificios, yo los guardaré de peligro sabiendo escoger, entre la multitud de tantos ingratos, un amigo fiel y prudente. La especie humana no está aún tan depravada para que esta búsqueda mía sea vana. Necesitaba encontrar un otro yo, y lo he hallado. A su fidelidad y discreción confío el depósito de mis Memorias, y le dejo constituido en único juez, después de mi muerte, para escoger el momento le dejo constituido en único juez, después de mi muerte, para escoger el momento oportuno de su publicación. Este amigo sabe cuál es mi opinión respecto a ello y las entregará a un editor honrado, escogido fuera de las covachuelas de la capital, fuera de las intrigas y especulaciones vergonzosas.
He aquí, sin duda, la única garantía de que su texto quedará al abrigo de las interpolaciones y supresiones de los enemigos de toda verdad y franqueza.Ese hombre soy yo. Elevado por la revolución, sólo caí de mi pedestal por obra de otra revolución contraria, que yo mismo había presentido y que habría podido conjurar, pero contra la cual estaba desarmado en el momento de la crisis.La caída me ha convertido en blanco indefenso de los malvados y de los ingratos, a mí, que revestido durante mucho tiempo de un poder oculto y terrible me serví de él siempre para calmar pasiones, disolver partidismos y prevenir asechanzas; a mí, que sin cesar me esforcé en moderar y dulcificar la autoridad y conciliaren uno solo los intereses opuestos que tenían dividida a Francia contra sí misma. Nadie se atreverá a negar que ésta haya sido mi conducta mientras ejercí alguna influencia en la administración y en los consejos.
¿Qué puedo oponer ahora a los energúmenos de mis antagonistas, a esa turba que me maltrata después de haber mendigado a mis pies? ¿Les opondré tal vez frías declamaciones, frases académicas y alambicadas? No por cierto. Quiero confundirlos mediante hechos y pruebas; mediante la exposición verídica de mis trabajos, de mis pensamientos, como ministro y hombre de Estado.¿Acaso no fueron esos mismos, que se llamaban la élite de Francia, los que durante cuarenta años erigieron en sus palacios el culto de Voltaire y Rousseau? ¿Acaso no fue en las clases altas donde adquirió favor esta manía de independencia democrática trasplantada de Estados Unidos sobre el suelo francés? ¡Se soñaba con República, y no se era capaz ni de preservar de la corrupción a la Monarquía! ¡El mismo ejemplo de un monarca de excelentes costumbres no fue capaz de atajar el torrente! En medio de esta descomposición de las clases superiores, la nación crecía y maduraba.