Por César González Guerrero.
El miedo es una reacción histórica que se presenta de diferentes formas. El miedo a lo desconocido, a la soledad, a la obscuridad, y a todo aquello que en un principio causa asombro hasta convertirse en realidad. El miedo se puede vencer siempre y cuando sea para mejorar y lograr una actitud emocional que ayude a una convivencia social humana y de desarrollo integral.
En mi tierra Copala, y creo en todos los pueblos de la Costa Chica de Guerrero, en la década de los cincuentas y hasta los setentas, a los pequeños, tal vez desde los primeros meses de nacer, algunos padres y familiares cercanos acostumbraban tranquilizarnos con frases de espanto.
Así, cuando un niño menor de edad y por alguna razón lloraba lo amenazaban: "...deja de llorar porque te voy a dar tu bejucazo, riatazo, cintillazo, o una palmada y otros más drásticos ofertaban un chingadazo...". El objetivo siempre fue inculcar el temor a algo o alguien hasta lograr calmar el llanto del pequeño. En otras ocasiones, ya con mayor edad, nos decían: "...ahí viene el ñaco, el chango, el cuco, el coco o la chaneca.
Posiblemente nuestros padres lo hacían con buena fe, pero los pequeños se atemorizaban tanto que a la fecha les causa mucho pavor ese tipo de amenazas.
Hubo casos como el nuestro, que al fin campesinos, superamos el miedo a esos animales muchas veces inexistentes. Por supuesto en la actualidad aún existe el miedo porque dicen que "...el miedo no anda en burro...". Atrás han quedado las amenazas y el temor a los golpes, y hasta las autoridades.
Quizá porque ahora existen dependencias defensoras de los Derechos Humanos, que las modernas leyes permiten acciones que rebasan cualquier miedo.
Ya no es muy común escuchar los gritos de los padres, mucho menos los castigos que se imponían a los pequeños desobedientes, como "jalar los cabellos", "las orejas", y los inolvidables "chanclazos". Las leyes no lo permiten.
Ahora a través de los medios de comunicación nos enteramos como los ciudadanos enfrentan a cualquier autoridad con lo que esté a su alcance, sin ningún temor. Los hechos nos dicen que se ha perdido no solamente el miedo, sino también el respeto. Eso es muy lamentable y riesgoso porque si con la disciplina de antes había delincuencia, con la tolerancia se fomenta.
Ante esta situación vale la pena reflexionar acerca de que si la educación y la tradicional cultura de la amenaza y el espanto funcionó o no, en su momento.
Tal vez los especialistas en el tema nos podrían ayudar a formar jóvenes con responsabilidades. O al revés, si con las políticas públicas modernas a la juventud les espera un mejor presente y futuro. Ya veremos.
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