Por Emilio Bustos Aguilar Gráfica: https://www.facebook.com/AzoyuGuerreroOficial/
“Trémulo, fané, descangallado”, según un viejo tango, principié estas notas postergadas porque además de la bendita pandemia el dengue supuestamente se alejó de mi bajareque hasta terminar con la familia. A mis amigos y lectores mil disculpas.
Religiosamente acatamos la disposición “Quédese en casa “emitida por las autoridades, sin pensar que tan sensata orden tendría variadas y onerosas consecuencias tal y como las estamos padeciendo después de más de tres meses de encierro. Millones de empleos perdidos, millones de hombres y mujeres ociosos porque perdieron su plaza; en fin, millones de problemas por un mal que, según algunos agoreros, llegó para quedarse. Los veteranos que sentimos muy próximos ruidos en la azotea pasamos largos ratos elevando preces para que el milagro de la vacuna ilumine a chinos, ingleses, rusos, gringos y mexicanos y pronto nos liberen de esta pesadilla para que el costeño quede con su viejo conocido: el nepotismo tan arraigado en algunos de nuestros paladines.
“La tercera llamada” es un interesante libro que con detalles narra esta nociva práctica de personajes que para desgracia del pueblo de México han ejercido el poder y que malamente han copiado uno que otro de nuestros presidentes municipales que atiborran su administración con toda su parentela con la peregrina justificación de que son de confianza pensando engañar al pueblo que piensa de otra manera.
Producto negativo del nepotismo es, por ejemplo, el nombramiento que el emperador romano Calígula hizo a favor de su caballo como senador del imperio. En México “el orgullo de su nepotismo” de un ex Presidente lo convirtió en actor de la anécdota siguiente: al matrimoniarse el junior un banquero obsequió a la joven pareja un avión para hacer más deliciosa la suspirada luna de miel; en una de las etapas del recorrido, en Hawái para ser precisos, la flamante nueva desposada tuvo problemas digestivos que obligaron al nobel e inexperto marido cablegrafiar a su padre informándolo del percance; el aviso fue recibido en Los Pinos a las dos de la mañana y a partir de esa hora un hospital militar fue prácticamente desvalijado de medicamentos, enfermeras, enfermeros y médicos para subirlos al avión presidencial y enfilar con rumbo aquellas remotas islas
del pacífico, abandonando también a los pacientes que eran atendidos en el hospital saqueado; todo este aparatoso ajetreo solo para tratar a la nuera del señor presidente de un remoto país llamado México su incontenible chorro por comer ostiones en mal estado.
El autor del libro omito su nombre porque la infiel memoria me traiciona, pero tengo conocimiento que las ediciones fueron confiscadas y él desterrado de México.
En el ámbito doméstico tuvimos un presidente municipal cuyo único hijo, en la administración encabezada por el progenitor, fue, al mismo tiempo, secretario general, mecanógrafo del síndico procurador, secretario del juez de paz, director de seguridad pública, comandante de la policía municipal, director del registro civil, chofer y director del DIF; naturalmente que este afortunado mortal percibía sueldo por todos los empleos que a ciencia y paciencia del cabildo que encabezaba el padre, pésimamente desempeñaba. Al término de este nefasto y vergonzoso “mandato” la fama del ya ex ejecutivo rebasó las fronteras municipales por su marcada afición de asistir a velorios donde su prolífica imaginación volaba al evocar logros que solo en su mente calenturienta existieron rematando sus añoranzas diciendo que lo que más fue de su agrado como presidente municipal era concurrir a los homenajes a la bandera porque sentía enchinársele la piel al escuchar la vibrantes estrofas de “la bonita canción del más si osare”.
Ya lo hemos dicho, principalmente en Costa Chica, que los regidores, salvo para cómplices, no sirven para nada, solo son exigentes para cobrar puntualmente por no hacer nada y mantener cerrada la boca.
Todo hace suponer la existencia de leyes y reglamentos para normar este tipo de problemas, pero no se emplean o con el conocimiento y consentimiento de los responsables de aplicarlos haciéndose de la vista gorda, como quién no quiere la cosa, las pasa por el arco del triunfo y todos contentos.
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