Clamé al cielo y no me oyó;
Ya que sus puertas me cierra
De mis pasos en la tierra
Responda el cielo, no yo…
En mí ya remota infancia, allá en Ometepec, siendo alumno del segundo año de primaria con la siempre recordada y querida maestra María Elisa Jiménez mis compañeros Chano Dávila, Ramiro Nájera, Nacho Castillo y otros para sacarme la casta me decían “El chupa lodos” porque ya sabían mi origen azoyuteco y la escasez del vital elemento en sus parajes.
El problema se remonta desde la supuesta fundación de este querido terruño allá por 1486 al arribar a la región ocho familias de la nobleza tlapaneca huyendo del incendio de su capital (Tlapa) al ser tomada a sangre y fuego por el tlatoani Itzcóatl cuando anexó al poderoso Imperio Azteca el pequeño reino de Tlachinollán.
Las familias tlapanecas llegaron a un lugar conocido como Icci Inni que en náhuac significa “Piedra del tigre”; por la escasez de agua se cambiaron al lugar ahora conocido como El Macahuite, después a Tenconahuale y por último se asentaron en los terrenos que hoy ocupa Azoyú por la abundancia de manantiales, algunos de los cuales alcanzó a conocer este viejo servidor como Tila kú, Santo Domingo, Tiznapí, Tenconaranjo, Agua fría, y otros que con el tiempo y la explosión demográfica se agotaron haciendo muy necesaria e impostergable atender debidamente el problema de la escasez de agua.
En 1914 al construirse la fuente pública la tubería que la abastecería y que obsequió el español don Agustín Suárez y gratuitamente tendió el ingeniero Enrique López López Moctezuma traería, por gravedad, el agua desde el manantial localizado en Zapote Negro, distante seis kilómetros.
Con el correr de los años y como auxiliar de este primer sistema el Ayuntamiento, con la participación ciudadana, construyó en “Las Ollitas” otro denominado “de galerías filtrantes” y como dos sistemas no eran suficientes para atender las necesidades del poblado sus autoridades determinaron traer el agua desde el río Quetzala, distante cinco kilómetros.
Por la distancia y lo abrupto del terreno hubo necesidad de construir un cárcamo a la orilla del río y dos más para que por rebombeo hacer llegar el agua a su destino; las tres bombas necesarias para tal objetivo precisan escrupuloso y diario mantenimiento por personal calificado y no improvisados como se estila porque para obtener trabajo en algunos municipios el único requisito es ser pariente del ejecutivo municipal en turno; consecuencia lógica de este error es el pésimo servicio de las máquinas que a cada rato “se queman” y conseguir refacciones es difícil según argumentan al tratar de justificar la ausencia de agua.
Eso, por una parte, pero por la otra, Juan Pueblo piensa que aparte de negligencia existe irresponsabilidad de parte de algunos funcionarios a quienes compete dar este muy importante servicio público; la excusa recurrente es que no surten el agua porque “la gente no paga.” Afirmar esto la autoridad peca de ignorancia porque olvida o desconoce sus atribuciones.
El ser humano es por naturaleza reacio a pagar impuestos y si la autoridad no hace uso de sus facultades para cobrar, sobre todo el costeño “se encaja.” La explicación que los profanos nos hacemos de esta grave irregularidad municipal es que teniendo seguro el pago de su sueldo a través de las participaciones federales y estatales evita quebrarse la cabeza lidiando con los morosos.
Puede más su egolatría que el bienestar público. Olvida que el sueldo que recibe por su pésimo servicio no lo paga su patrón, es dinero del pueblo a quien por obligación debe atender con diligencia y respeto. Cosas verdees Sancho.
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