Es que el gobernador entregó –según consignaron los medios– 30 coches Matiz, cuya versión austera cuesta 95 mil 900 pesos de contado (2 millones 877 mil pesos por los 30), y 600 mil pesos para rifarlos entre los asistentes al ágape, y repartió cheques de recursos estatales por 15 mil 360 y 37 mil 402 pesos. Y no incluyo los cheques que les envió el gobierno federal, aun más voluminosos, porque éstos son harina de otro costal (o de otro fondo, pues).
Y casi cualquiera que no sea maestro podría cuestionar por qué el mandatario es tan espléndido con quienes, según todos los sondeos y todos los indicios, no lo merecen porque no corresponden con trabajo a este esfuerzo presupuestario ni a este gesto de buena voluntad, sino que, aparentemente, se dedican a buscar pretextos para no trabajar, sin importarles mucho la suerte de los niños y jóvenes. Porque, justo es decirlo, el gremio magisterial puede oponerse a la Alianza por la Calidad de la Educación, al Pacto Social por la Educación, a la Evaluación Universal, al retiro voluntario y a cuantas iniciativas oficiales les han sido presentadas, sin que esa oposición implique dejar a los niños sin clases, y a sus padres sin saber qué hacer con ellos en casa.
Pero ellos siempre prefieren dejar de trabajar. Yo pienso, sin embargo, que el gobernador está tratando de ser ecuánime con el magisterio. Por eso les propone y luego los agasaja. Es un juego de toma y daca, como la vida. Pienso que con sus acciones les está enviando un mensaje: las decisiones en materia educativa las toma su gobierno, como corresponde al hecho de que él fue elegido en urnas por la voluntad del pueblo, pero está dispuesto al reconocimiento y a la reconciliación con los maestros con tal de avanzar en este terreno. Queda en los docentes tomarle la palabra en una relación proactiva y productiva, o continuar cuidando sus pequeñas parcelas de poder, empeñados en su lucha inmediatista y contestataria, que acabará por llevar al sistema educativo de la entidad a un callejón sin salida. Pero, visto desde otra perspectiva, la actitud que ha mostrado el gobernador en esta oportunidad es similar a la que un observador desprejuiciado podrá ver en prácticamente todas las acciones que desarrolla el mandatario en su acción gubernamental. Ya antes se mostró igual de conciliador y proactivo con un sector que es embrión del magisterio, pero acaso más difícil, tortuoso y vociferoso: me refiero a los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, con quienes las cosas resultaron mal por circunstancias que no han quedado claras hasta ahora –y que quizá no queden claras nunca–, pero que no pueden atribuirse en automático al mandatario. Como se sabe, Ángel Aguirre, ya investido gobernador, el 26 de septiembre del 2011 fue a Ayotzinapa a visitar por segunda vez a los normalistas en su plantel, como no lo hacía ningún gobernante en al menos doce años. Les entregó un autobús para sus viajes educativos y un tractor para sus cultivos, recorrió las instalaciones, comprometió apoyos de su gobierno y trató de sentar las bases para una relación beneficiosa para ambas partes. Y si todo eso se fue al bote de la basura fue porque los colaboradores del mandatario no cumplieron sus obligaciones, particularmente la secretaria de Educación y el de Gobierno. Como no cumplieron, los estudiantes se manifestaron violentamente –para lo cual tienen mucha proclividad, hay que decirlo– y el conflicto se salió de las manos de quienes tenían la tarea de encauzarlo al terreno del diálogo y la negociación, con los resultados que ya dieron la vuelta al mundo varias veces. En el caso de los maestros en funciones parece ser que la táctica es la misma: hacerles entender que él no es el enemigo, por más que ellos quieran verlo así. El final de este intento del gobernador es de pronóstico reservado, porque el ambiente en el magisterio en activo es muy parecido al ambiente en la normal rural de Ayotzinapa. Las pocas diferencias estriban en que los docentes, con más edad y menos vigor, tienen mucho más que perder que los estudiantes. La sociedad guerrerense espera que el gobernador Aguirre salga adelante en esta relación con la mafia del magisterio, para bien del estado, de la niñez y la juventud de Guerrero. Su gobierno debe tener como base fundamental su legitimidad, y esta legitimidad se alimenta diariamente cuando el pueblo cree, y así lo acepta, que el gobierno se interesa y trata de solucionar sus problemas. El gobernador está luchando, trabajando y solucionando los problemas de los guerrerenses, y lo hace muy cercano a su gente.
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