Ningún interés común, ningún llamamiento al orden puede justificar la muerte de seres humanos. Aún cuando toda trasgresión a ese orden o interés adquiera la calidad de ser altamente punible, la muerte siempre será la peor de las salidas, porque sobre cualquier interpretación posible siempre prevalecerá el hecho de que la muerte de ciudadanos a manos de sus policías, aparte del dolor y la ausencia que propician en sus familias, desdice todo indicio de civilidad, de reflexión, de convivencia republicana y permite que se asome, día tras día, el rostro del terrorismo de Estado. Del abuso del poder. De la dictadura. Y ese rostro siempre invitará a la masa a la protesta; a la anarquía.