Por Jorge Romero Rendón Foto: https://www.facebook.com/jorge.romerorendon1
El exgobernador Héctor Astudillo Flores está torciendo tanto el proceso para la renovación de la dirigencia estatal del PRI, que ya se está gestando un movimiento opositor en las filas de su partido, que rechaza por un lado la posible imposición de su millonario exempleado Alejandro Bravo Abarca; y por otro le reclaman su pretensión de controlar a su partido para mantenerlo desmovilizado y como mero comparsa de sus intereses ante Morena y ante el gobierno de AMLO.
La decisión de designar al nuevo dirigente priista con el método elitista del voto de unos cuantos notables que integran la Asamblea de Consejeros, tomada el sábado pasado durante la 5° Sesión Extraordinaria de la Comisión Política Permanente, generó más descontento por dos razones:
Porque es una forma de mantener controlado el proceso por parte de quienes tienen en su poder la dirigencia actual –astudillistas-, evitando cualquier tipo de consulta a las bases, o usando encuestas o de votación universal, métodos que echarían abajo las pretensiones de colocar a como dé lugar al impopular Alejandro Bravo.
La Asamblea de Consejeros es el método más usado al nombrar dirigente cuando depende sólo de la voluntad del gobernador priista en turno, pero en este momento el PRI es oposición y hay un contendiente más fuerte, con más méritos y con verdadera legitimidad en la persona de Mario Moreno Arcos.
Y porque, como prueba de lo anterior, los consejeros son nombrados por dedazo, como se vio en la sesión de la Comisión Política el sábado pasado, que estuvo integrada en su mayoría por exempleados de Astudillo, casi su gabinete en pleno, que obedeció la línea que les dieron.
Para la famosa Asamblea de Consejeros que se usará para imponer a Bravo, serán los mismo, y quizás algunos más, todos designados por el actual dirigente del PRI y por el exgobernador Astudillo. De allí que Mario Moreno demandó que se revise la lista de consejeros y la forma en que fueron nombrados, para establecer la confiabilidad del proceso. Si bien aceptó el método de la Asamblea como parte de su reiterada postura de mantenerse en la vía de la prudencia y de la institucionalidad partidista.
Por ahora, aún no puede decirse que la imposición de Bravo esté del todo concertada a nivel estatal, pero si Mario ve que se busca llevarla a cabo contra viento y marea, optará por no participar en el proceso y se retirará para no legitimar el abuso.
En ese marco, es obvio que el nuevo dirigente astudillista que surja de esa manipulación carecerá de legitimidad como carece de apoyo real entre la militancia, y que al suplantarse así la voluntad de los priistas, Astudillo pone la mesa para un descontento que pueda llevar a dividir e incluso para desgajar al PRI al crearse otra corriente alterna que no obedezca al espurio Bravo, o incluso a una renuncia masiva.
Las “reuniones de amigos” que le ha organizado el exgobernador a Bravo en diferentes partes del estado no alcanzan para legitimar a quien ya se sabe que será impuesto. Y sólo la zanahoria en que se ha convertido la promesa de candidaturas a quienes lo apoyen para el 2024, es el motor del “apoyo”.
Cabe preguntarse si basta con la promesa de candidaturas para apoyar a Alejandro Bravo, porque ¿Quién les garantiza que no los llevará a la derrota en la próxima elección, como hizo en junio pasado con la mayoría de candidatos priistas a gobernador, alcaldes y diputados, por cumplir pactos inconfesables con AMLO y Morena?
Si ya se las hizo una vez en afán de sus intereses personales ¿Quién les dice que no lo hará de nuevo en 2024 por la misma razón…? ¿Con ese riesgo van a apoyar los verdaderos priistas al debutante Bravo Abarca…?
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