El pasado lunes 12 de enero, hice pública mi decisión de no participar en el proceso electoral como posible candidato a gobernador del estado de Guerrero. No lo haré por el PRD, ni por ningún otro partido político.
Mi decisión tiene que ver con no ser parte de la corrupción que, a través de redes de complicidad, asegura hasta este momento el mantenimiento de la perversión política.
Estoy convencido que a los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa los desapareció la corrupción y la impunidad imperantes.
Corrupción, pues fueron policías amafiados con criminales quienes los atacaron; impunidad, por el silencio que hasta hoy se mantiene en todos los órdenes de gobierno.
En Guerrero y el país, corrupción significa desapariciones forzadas, violación a los derechos humanos y muerte. Miles de familias han perdido patrimonio, negocio, empleo y tranquilidad por la corrupción. Por ello estoy, como miles de guerrerenses, profundamente indignado.
Nuestro país atraviesa por una crisis de moralidad. La principal causa es que la ética ha quedado supeditada al pragmatismo político. Hay quienes piensan que para alcanzar el poder hay que construir acuerdos pragmáticos a costa de lo que sea, con el fin de alzarse con el triunfo electoral. Hay quienes, cuando se les cuestiona sobre la mala percepción social de algunos actores, responden de inmediato, sin mayor preocupación, que se requiere de esos mismos actores para ganar la elección.
Promover esos acuerdos es olvidar que no hay política sin principios, y que al margen de ellos, no hay izquierda posible. Un partido de izquierda es para la transformación social, no para encubrir o callar frente a actos de corrupción e impunidad.
No puedo borrar de mi mente el comentario de una mujer que nos dijo en Guerrero: "La policía ya no cuida a los ciudadanos, sino cuida a los delincuentes porque les pagan mejor". Los hechos del 26 de septiembre en Iguala desnudaron, frente al mundo entero, esta terrible realidad.
Tres meses después de aquella noche imperdonable la sociedad no cree aún que se haya castigado a los responsables. No se han tomado decisiones contundentes contra la colusión entre crimen y política. Pareciera que el gobierno federal apuesta al olvido y a dar "carpetazo" al asunto.
Lo que millones de mexicanos perciben a partir de lo ocurrido en los últimos meses es que la simulación, la insensibilidad social y la inmoralidad pública asoman el rostro desde la propia autoridad.
Hoy más que nunca, la sociedad exige ética en la política: Garantizar hombres y mujeres transparentes en las listas electorales; ejercicio crítico frente a responsabilidades políticas y errores de gobierno; complicidad Cero. Sin esto, ningún proyecto político de transformación real será viable.
Es fundamental recuperar estos ejes, que hoy no están presentes. Por ello es necesario un acuerdo de todas las fuerzas de izquierda, las partidistas y las no partidistas. Me refiero a una izquierda que hoy en diferentes espacios como el PRD, Movimiento Ciudadano, Partido del Trabajo, Morena, con los liderazgos morales y cientos de organizaciones, tiene una responsabilidad histórica que cumplir.
¿Cómo vamos a vencer la corrupción y la impunidad si estamos desunidos, sin contundencia que le dé energía y respaldo popular a una propuesta ética que hoy es fundamental?
Las fuerzas políticas de izquierda, unidas, deben ponerse del lado del movimiento social, dialogar con sus integrantes y organizaciones. Tender puentes para pasar de la crisis a la construcción de soluciones. La problemática es tan compleja y el reto tan trascendente que todos debemos despojarnos de intereses personales o de grupo.
El proyecto en el que pienso para transformar Guerrero no es cuestión de una sola persona y no es exclusivo de un cargo público. Es un movimiento colectivo que articule una amplia base social contra la corrupción y la impunidad. Para recuperar la confianza perdida en la clase política y alcanzar este objetivo, se necesita construir un esquema honesto y transparente que no requiera de pactos oscuros.
Esta decisión modifica el medio, no el objetivo fundamental: provocar un verdadero cambio en mi estado. No perdamos de vista que Guerrero es un territorio con esperanza, y que de Guerrero depende la esperanza del país.