Juan López
La violencia es un tumor que crece y revienta en las supuraciones de la sociedad. Sobre el país soplan vientos insanos. México es una república que no permitiremos que se desbarate por el trasiego de las drogas y la enorme fuerza de sus epicentros económicos. El mal que fluye de cavernas criminales sale a combatir en las noches para imponer su marca de terror, muerte e impunidad. Como vampiros muerden y vuelan y escapan de toda pertinencia penal. Balacera de vehículos en marcha contra blancos de bares y restaurantes que se han adormecido en la modorra de la morosidad.
El gobernador electo del Estado, Héctor Astudillo Flores, fortuito testigo de un acribillamiento en plena costera Miguel Alemán, a la hora del bullicio turistero, conoció en carne propia los excesos de equipos delincuenciales que suprimen la tranquilidad de la gente. Es un asunto de la más alta provocación que obliga a preguntarnos: cómo es posible que una avenida como la Costera Alemán pueda ser objeto de atentados a balazos, cuando es el camino rutinario de la policía federal, la marina, el ejército nacional, la gendarmería, los agentes ministeriales, la policía municipal preventiva: ¿Qué pasa?.
En la Edad Media, antes de que don Louis Pasteur descubriera los microbios, nadie sabía que por una infección podía morirse la gente de manera súbita: La muerte era la ocasión con que se pagaban los pecados cometidos en una vida licenciosa. Oscurantismo era lo que la ciencia todavía no iluminaba. No existía la anestesia ni la vacuna contra la rabia. Todos los medios y médicos eran incompetentes en eso de prevenir una mortandad por bacteria o cuchillo.
Da la impresión que los siglos transcurridos desde que el hombre abandonó por incómodas las cavernas se han paralizado. Tal si no hubiese existido la salvación con Noé o todo lo hubiese simplificado la Torre de Babel: donde nos quedamos prisioneros en la discusión eterna, de no llegar a saber si Dios existe, por nunca haber podido alcanzar el propósito de visitarlo en el cielo.
La balacera del sábado en la Costera infiere que seguimos orando por la Santa Muerte. Que como si fueran microbios no vemos quien porta las armas, ni quien manda a asesinar ni quien jefatura a esos subalternos que se llaman sicarios.
Nunca nos hemos preguntado para qué sirven tantos millones y millones de pesos destinados por el gobierno a la seguridad pública, si todos los días el suelo patrio aparece ensangrentado por víctimas que son inmoladas de la peor manera: despellejados, martirizados, ejecutados, balaceados, asfixiados, decapitados, encajuelados. De qué manera paramos esta masacre. Recordemos que el matarife es también un ser excluido de la sociedad porque opera en el mercado negro de la prohibición de drogas: Mientras no se despenalice el consumo de enervantes y se integre a la producción económica a quienes hoy son bandoleros y fugitivos, prófugos y delincuentes, no habrá reposo para el gobierno ni tranquilidad para la sociedad.
Hubo épocas en que la piratería marítima fue calamidad para el comercio interoceánico. Se pactó su extinción y en algunos reinos se albergó a corsarios y filibusteros. Igual sucedió con otra maldad: se abolió la esclavitud y se acabó el mercado negro. Hoy, hay que despenalizar las drogas para disminuir la delincuencia.
PD: “Somos unos fanáticos de lo prohibido”: Fiodor Dostoievski.
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