Por circunstancias de la vida pasé por Acapulco a las 4 de mañana. No había ningún policía ni patrulla rondando. Negocios cerrados y una caravana de camionetas de lujo corriendo a toda velocidad. Lo único que había era miedo, el mío por supuesto, y repetía una sola y trillada frase “El que nada debe, nada teme, que el nada debe, nada teme.”
La imprudencia no tiene pretextos, lo acepto, pero las evasivas de las autoridades no tienen nombre…son chingaderas. Minimizar la violencia, responsabilizar a otros, callar y voltear hacia el techo, hacer que la virgen nos habla, es igualmente terrible que el conteo de los muertos que día a día aparecen y aparecen.
Muchos están viendo las cosas que pasan en Acapulco y no actúan. Por cobardía, complicidad…no lo sé. Lo que sí sé, y lo subrayo, es que Acapulco no es igual que antes, que hay menos turismo, menos empleos, menos ingresos en las familias…y eso si…demasiado sufrimiento.
La inseguridad es responsabilidad de todos. Nadie se excluye. Los tres niveles de gobierno, partidos, iglesias, universidades, sindicatos, sociedad, familias e individuos tenemos la obligación de crear un frente sólido y permanente que termine con la violencia, las muertes….y los pretextos.
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