Eran las 12:03 pm del martes 20 de marzo cuando estaba yo en el edificio del PRD esperando los resultados de la encuesta que supuestamente definiría al candidato a presidente municipal de Acapulco, cuando repentinamente se abre la puerta del salón y salen todos los ahí reunidos. Pensé que la reunión había terminado, pero no; en ese momento sentí el temblor y me invadió el temor por las consecuencias que pudiesen sufrir mi familia y todas las familias del estado.Fueron minutos de angustia. Inmediatamente traté de comunicarme a las escuelas de mis hijos, y creció mi desesperación cuando me di cuenta de que no había servicio telefónico; pensé lo peor. Sin embargo, un amigo de la familia me confirmó que todo estaba bien. Ya más tranquila, empecé a investigar al respecto: un terremoto de 7.4 grados en la escala de Richter (en las primeras horas se difundió el dato de que habían sido 7.8 y hasta 7.9 grados) había sacudido buena parte del país, con epicentro en Ometepec, hermosa tierra natal del gobernador Ángel Aguirre Rivero, y también de mis raíces. Esta sacudida y su saldo vinieron a demostrar, como ya lo han dicho varios conocedores, incluido el presidente Felipe Calderón, que los mexicanos sí aprendimos positivamente de la experiencia de los sismos anteriores, incluido, por supuesto, el del 19 de septiembre de 1985, el más devastador de los tiempos recientes en nuestro país. No ha de faltar quien afirme que el saldo en daños no es sino una afortunada circunstancia fortuita, pues las pérdidas materiales y humanas fueron mínimas para la magnitud del terremoto. Pero el hecho de que en la ciudad de México, la más poblada del país, el saldo haya sido similar permite inferir que esta circunstancia no es fortuita, sino inducida, sobre todo por las normas de construcción obligatorias desde el terremoto aquel que abrió una profunda herida en el corazón del país, herida que tardó mucho tiempo en sanar. Pero también algo han de tener que ver en ese resultado los más o menos constantes simulacros de sismo que a partir de aquella amarga experiencia organizan las unidades de protección civil que operan a lo largo y ancho del país. Cierto es que esos organismos de prevención no acaban de ponerse de acuerdo bien a bien en cuál debe ser la estrategia ante un fenómeno de esta naturaleza: evacuación o repliegue, pero el hecho es que casi no hubo pérdidas humanas, y eso facilita las cosas a todos, pues la vida es la condición sine qua non para todo lo demás. Inmediatamente, el gobernador Ángel Aguirre y los funcionarios de dependencias de su gobierno relacionadas con problemas de este tipo se trasladaron a la ciudad de Ometepec, donde el jefe del Ejecutivo estatal anunció el compromiso que le hizo el presidente Felipe Calderón para liberar recursos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) para ayudar a resarcir los daños que dejó el sismo que tuvo epicentro en mi terruño, también conocido como Bello Nido. Pero volviendo al terremoto: los habitantes del municipio viven prácticamente en la calle, pues temen que, al entrar a su vivienda, ésta se venga abajo. El miedo se percibe en las palabras, los ademanes y la mirada de los habitantes de Cochoapa, comunidad ubicada a diez minutos de la cabecera municipal, la zona más afectada por el sismo. Esta localidad tiene más de 5 mil habitantes, y por lo menos 500 de sus casas sufrieron daños en sus paredes y techos; unas 30 viviendas quedaron en pérdida total. De acuerdo con los informes, el mandatario estatal no precisó la cifra que destinará el Fonden a Guerrero; sin embargo, añadió que también del Fondo de Solidaridad se utilizarán 20 millones de pesos para un plan de vivienda urgente. Y es que, según los reportes, unas mil casas quedaron gravemente dañadas por el movimiento telúrico, e incluso algunos inmuebles de gobierno, así como la cúpula de la catedral de Chilpancingo, que ya había sido afectada por el sismo del 10 de diciembre del 2011. El terremoto del martes 20 de marzo del 2012 ha sido, pues, invaluable oportunidad para que Aguirre Rivero se pusiera al frente, en persona, de las acciones que ha emprendido su gobierno para encauzar la vuelta a la normalidad en su tierra y en el resto del estado, una forma de hacer las cosas con entrega, con pasión, con sensibilidad, con efectividad, ternura y emotividad por su tierra y por su estado, que, por lo demás, encaja a la perfección en el perfil y el talante del mandatario, quien considera prioritario estar en contacto personal con la gente y no escatimar, hasta donde se lo permiten las posibilidades de la administración pública a su cargo, los apoyos a los más necesitados y a los más desvalidos. Así, es seguro que en las siguientes semanas veremos al gobernador en constantes giras por las regiones afectadas, llevando apoyos tan sofisticados como hospitales ambulantes, o tan simples como recursos económicos para hacerle frente a la adversidad en mejores condiciones, pero, sobre todo, llevando ese acercamiento tan necesario para la gente, que requiere sentir a su gobernador al lado, hombro a hombro, en estos momentos de incertidumbre y desastre.