Si realmente intenta colocarse en una posición competitiva, el candidato del Frente PRD-MC-PAN para la alcaldía de Acapulco, Joaquín Badillo, necesita emprender estrategias que lo desmarquen de la imagen de corrupción e incumplimientos del gobierno acapulqueño, y lo alejen de la percepción de padrinazgo aguirrista que aceptó orgullosamente sin calcular el saldo negativo acumulado por el ex gobernador a raíz de la desaparición de los 43 jóvenes de Ayotzinapa.
El problema para Badillo Escamilla es que sus estrategas lo han llevado a hacer lo contrario. Si existe un manual que fije los pasos para perder una elección, el candidato frentista lo sigue al pie de la letra.
El reconocimiento otorgado por Badillo a Evodio Velázquez permite que su campaña electoral sea endosada con los señalamientos de corrupción y deficiencias operativas que han distinguido al actual gobierno municipal. Resulta extraño que un candidato joven con discurso renovador permita que lo asocien en automático con la incapacidad para resolver el problema del agua potable, el surgimiento de nuevos personajes encumbrados económicamente después de su paso por cargos municipales, la inoperatividad contra la corrupción en Tránsito municipal y la falta de transparencia que ha distinguido a la administración de Evodio Velázquez.
El mensaje inicial de todo candidato intenta generar la percepción de una propuesta fresca y confiable, por lo que la cercanía entre él y el alcalde que presumió Jacko Badillo prendió los focos rojos en sectores ciudadanos y profesionistas observadores del desempeño municipal.
De hecho, los estrategas del propio candidato presidencial priista José Antonio Meade, quien debe su postulación a la designación del presidente Peña Nieto, han sido reiterativos en su recomendación de mantener una separación entre la imagen del abanderado tricolor y la figura del jefe del gobierno federal, ante los negativos asignados al gobierno peñanietista.
La decisión de transitar por una ruta en sociedad con la administración municipal en funciones, es que además de asumir las culpas del gobierno en turno el candidato perredista aleja de su propuesta al voto ciudadano indeciso en un contexto social que reclama la alternancia en todos los niveles de gobierno.
Después de todo, en los últimos procesos electorales para renovar ayuntamiento en Acapulco se ha registrado esa tendencia: en el 2008 los ciudadanos eligieron al PRI para rechazar los errores del perredismo encabezado por Félix Salgado Macedonio; en 2012 los acapulqueños eligieron un cambio y optaron por la alternativa de Movimiento Ciudadano; en 2015 el voto porteño decidió que la administración local quedara bajo la responsabilidad perredista, lo que revela un comportamiento electoral de renovación cada tres años y si a ello se le suma la percepción de que proponen darnos más de lo mismo otro trienio, pues adiós pretensiones perredistas.
Lo peor para Jacko Badillo es que la alianza partidista sobre la que se postuló, solo existe en sentido figurativo.
Al final de cuentas, el Frente PRD-MC-PAN se mantuvo en Acapulco por instrucciones y acuerdos entre las dirigencias nacionales de esos institutos, pero en la práctica la estructura de Movimiento Ciudadano lleva otra ruta alejada de la coalición Jacko-Evodio, mientras que el PAN registra la rebeldía de su militancia fiel luego de que el dirigente estatal panista negoció los espacios destinados a ese partido dentro de la planilla municipal, para figuras que nada tienen que ver con el blanquiazul.
En este escenario, lo más lógico es que Joaquín Badillo inicie el replanteamiento de estrategias con el fin de armar una campaña electoral atractiva, pero en lugar de ello el candidato frentista decidió aumentar los riesgos políticos y sumó a su itinerario la sombra de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala.
Su presentación como muchacho tutelado por su padrino Ángel Aguirre Rivero, al lado de integrantes de la corriente perredista Izquierda Progresista de Guerrero, (IPG), lejos de ser un mensaje que fortalezca su candidatura genera incertidumbre y desconfianza en el electorado.
Después de todo, cualquier personaje que ocupe una candidatura tan importante en Guerrero, no puede pasar desapercibido que Ángel Aguirre Rivero fue destituido como consecuencia de la tragedia de los estudiantes de Ayotzinapa; posteriormente vino la pérdida de la gubernatura que los perredistas habían ocupado ya en dos periodos, por el impacto de la desaparición en Iguala y ante el estilo monárquico con el Aguirre gobernó la entidad privilegiando a familiares y amigos con amplios beneficios económicos, y recientemente fue obligado a renunciar a sus pretensiones de ser candidato a diputado federal, por la advertencia de los padres de los 43 jóvenes desaparecidos, de empañar toda su campaña electoral obstruyendo sus actividades proselitistas.
En el fondo, Joaquín Badillo debe escoger su camino político a partir de decidir si mantiene la sociedad Jacko-Evodio-Aguirre, o como buen empresario depura los pasivos que lo conducen a una quiebra general.
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