NUEVA ITALIA, Michoacán, 19 de enero.— Moisés Verduzco dice que desde que era adolescente aprendió a moverse en combate cuando corría junto con una pandilla callejera en las inmediaciones de Los Ángeles, California. (Foto: Cuartooscuro)
Hoy está de vuelta en casa, en Michoacán. Verduzco, igual que otros jóvenes que se criaron en Estados Unidos, están poniendo en práctica lo que aprendieron en el barrio y emprenden la guerra contra el cártel de Los Caballeros Templarios.
Verduzco, de 22 años, había pasado la mayor parte de su vida en Hawthorne, California, una ciudad habitada por gente de clase obrera. Eso terminó hace unos cuantos años cuando Estados Unidos lo deportó a México debido a una condena de índole criminal.
“Así es mejor”, dice, al comparar su papel favorito de justiciero cuando era un pandillero de California. “Aquí uno está haciendo lo correcto en su propio pueblo. Lo único para lo que sirve la vida de pandillero allá [en Estados Unidos] es para llevarlo a uno a la muerte o a la prisión”.
A lo largo de 11 meses, civiles armados que se autodenominan grupos de autodefensa combaten para acabar con Los Caballeros Templarios en la Tierra Caliente de Michoacán.
Los éxitos recientes de estos grupos armados contra esa organización criminal han revivido los temores de que aquí estalle una guerra civil, pero también han incentivado que el presidente Enrique Peña Nieto envíe a miles de soldados al lugar en un intento por mantener separados a ambos grupos.
Esta calurosa región ha vendido durante mucho tiempo sus frutas, sus verduras y sus metanfetaminas, lo mismo a consumidores mexicanos que estadunidenses. Los expertos dicen que Los Caballeros Templarios dominan gran parte del mercado de las metanfetaminas.
Pero después de años de soportar los continuos secuestros y extorsiones de Los Templarios, “lo único que quiere la gente es trabajar sin que los molesten”, dice Aarón Sánchez, un funcionario de Nueva Italia, un pueblo lleno de comercios al que los autodefensas llegaron el domingo pasado luego de un enfrentamiento contra la organización criminal.
“El gobierno no ha podido manejar la situación, fue por eso que la gente tuvo que hacerlo”, dice
Los líderes del grupo armado dicen que, entre los cientos de hombres armados que lo integran, no saben a ciencia cierta cuántos jóvenes crecieron en Estados Unidos. Sin embargo, Verduzco y otros que vinieron del sur de California dicen que el número es considerable.
Uno de los integrantes dijo ser un veterano del Ejército estadunidense que regresó a México con la sola intención de unirse a los grupos armados. Y como él hay muchos, dijo. Sin embargo, se alejó cuando le empezaron a pedir más detalles.
“Estamos aquí para defender a la gente. Ellos nos piden cualquier cosa que necesitan”, dice Adolfo Silva, de 20 años, quien creció en Santa Ana, California. Luego agrega en inglés aludiendo a Los Templarios: “Yo soy un guerrillero”.
Pelear contra Los Templarios, dice Silva, me recuerda a las batallas por el control de territorios en California. Pero aquí en Michoacán “uno se involucra más”, dice.
“Allá uno puede ir a ver una película”, dice sobre su vida al estilo de Estados Unidos, que abandonó de manera voluntaria para no tener que enfrentar cargos menores por droga. “Aquí tú estás en la película. Y yo la estoy viviendo”.
Porque en esta epopeya de la vida real, ellos se están enfrentando a una estrambótica fuerza armada que parece más adecuada para interpretar al villano de la próxima película de acción de Producciones Marvel.
Tomando su nombre de una orden militarizada de la Edad Media, Los Caballeros Templarios se separaron hace varios años de un poderoso cártel del narcotráfico (La Familia Michoacana). Sus integrantes prometieron proteger a la gente del pueblo del “materialismo, la injusticia y la tiranía”, según lo estipulado en su libro de códigos adornado con imágenes de caballeros encapuchados y cruces rojas. Sin embargo, suelen ser crueles cuando los enemigos se cruzan por su camino.
Verduzco y Silva se encontraban entre decenas de jóvenes que habían acampado a la intemperie frente a una tienda cerrada en las orillas de Nueva Italia, a unos 30 kilómetros al este del bastión de Los Templarios, Apatzingán.
Arrullando a sus fusiles de asalto AK-47 y a sus rifles de alto poder AR-15, la mayoría de los justicieros se escondieron a la sombra del sol tropical casi al terminar la mañana. Unos cuantos se hicieron cargo de un retén donde detuvieron e inspeccionaron a los vehículos que salían y entraban al pueblo. La música ranchera se desprendía de las bocinas de las camionetas mientras el inconfundible olor a mariguana flotaba y el aburrimiento se apoderaba de algunos de los combatientes.
“Ayuda a controlar el estrés”, dijo uno de ellos mientras sostenía su rifle de fabricación china.
Las fuerzas gubernamentales y los autodefensas están patrullando las mismas calles y los mismos caminos rurales.
“Ahora tenemos el respeto de ellos porque ahora están muy en deuda con el pueblo”, dice Silva refiriéndose a los soldados. “Dicen ellos que son la única ley. De acuerdo. Debemos darles respeto para que nos respeten cuando queramos pelear”.
Antes de convertirse en guardias comunitarios, estos hombres cosechaban fruta, trabajaban en el campo, como obreros en las fábricas o como mecánicos, de manera muy similar a la de muchos de los integrantes de sus rivales, Los Caballeros Templarios.
http://www.excelsior.com.mx/nacional/2014/01/19/939126
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