TANCÍTARO, Michoacan.- La historia de doña María del Carmen ilustra una consecuencia del conflicto en Michoacán: la división entre las familias.
Su hijo Efraín llega a pasar horas enteras aferrado a un rifle y exponiendo la vida, a expensas de que un día se aparezcan los integrantes de Los Caballeros Templarios. En cambio Valeria, su otra hija, se pasó a las filas de la organización criminal y la obligó a dejar su vivienda.
“Apenas se murió mi esposo y mi hija luego luego me sacó de la casa. Me dijo que era parte de la gente (templarios) y que necesitaban la casa para venderla y sacar algo de dinero. Su esposo y hombres armados vinieron por mí y me obligaron a entregarles las escrituras”, relata.
Y el conflicto en la entidad persiste, a pesar de que el pasado miércoles las autodefensas anunciaron que dejarían las armas, como parte de un acuerdo con las autoridades federales y estatales.
Ayer, integrantes de los grupos de civiles armados de Parácuaro se acercaron a tan sólo cinco kilómetros de la cabecera municipal de Apatzingán. Avanzaron a la comunidad Hacienda de la Huerta y en su acceso principal instalaron una barricada para vigilar quién sale o entra.
Hermanos, en bandos contrarios
A doña María del Carmen a cada rato el corazón se le arruga y se le cae en mil pedazos. La viuda a veces deja su carrito ambulante con uchepos y corundas para acercarse a una de las barricadas del pueblo, donde su hijo Efraín llega a pasar horas enteras aferrado a un rifle, exponiendo la vida a expensas de que un día aparezcan Los Caballeros Templarios.
Por otro lado, las lágrimas se asoman cuando cuenta que su hija un día decidió, con su esposo, pasarse al otro bando.
Dice que su Valeria se fue con los Templarios y que una tarde decidió regresar “sólo para echarme de la casa”.
No quiere que los vecinos se enteren de que Valeria habita con el enemigo, por temor a que se desquiten con su hija o decidan aplicar la ley por propia mano. Pero no puede dejar de sufrir cada vez que la mira en el pueblo y recuerda lo que pasó el 15 de septiembre pasado.
“Apenas se murió mi esposo y mi hija luego luego me sacó de la casa. Me dijo que era parte de la gente (Templarios) y que necesitaban la casa para venderla y sacar algo de dinero.
“Esa tarde ella, su esposo y hombres armados vinieron por mí y me llevaron a la escuela El Molinito, donde me obligaron a entregarles las escrituras.”
Le duele que la hayan echado de su propia casa, pero más que haya sido su misma hija.
“Yo nomás le decía ‘Que Dios te perdone por lo que vas a hacer’. Ahora, cada que me la encuentro, ella nomás me ignora”.
Dice que con las ventas ambulantes le alcanza para pagar un cuartito, lejos de la calle donde está la que fue su casa. “Yo quisiera que Dios se acordara de mí y mejor me quitara la vida”.
Sin embargo, María del Carmen se da ánimos para rezar por su hijo Efraín y pedir que nunca se acerquen los Templarios. “Él dice que quiere ser policía y me queda el temor de que un día le pase algo”.
Sabe que su hijo está a unos pasos de donde ella vende sus corundas y cada que puede se acerca para llevarle café negro y pan. Trata de no mirar, porque le da mucho nerviosismo verlo con armas en las manos.
Efraín y Valeria son sólo hermanos por parte de madre. Ambos saben que están en bandos enemigos y que el destino podría enfrentarlos. Tampoco se hablan y prefieren evitarse.
“¿Pelear por la casa?, ya para qué. Con los centavos que gano me alcanza para la renta y llevarle a mi hijo café para que aguante despierto las madrugadas.
“¿Por quién he llorado más?, por ella. Nunca olvidaré que mi propia hija me echó de mi casa.”
Autodefensas, a tiro de piedra de Apatzingán
Integrantes de los grupos de autodefensa de Parácuaro se acercaron a tan sólo cinco kilómetros de la cabecera municipal de Apatzingán al avanzar a una comunidad conocida como Hacienda de la Huerta.
Los llamados comunitarios llegaron hasta a este sitio ubicado a un paso de la zona urbana de Apatzingán, e hicieron huir a una célula de Los Caballeros Templarios, quienes abandonaron cinco rifles y dos vehículos.
De esta forma, los civiles armados que durante tres meses han intentado llegar hasta el corazón de la Tierra Caliente están a punto de lograrlo, y la expectativa es que el fin de semana llegue hasta la ciudad cuya seguridad está ahora en manos de las fuerzas federales.
“Fue una toma pacífica sin derramar sangre, por ahí se aseguraron algunos equipos tácticos y armas. Sus propietarios (templarios) huyeron, las armas que nosotros traemos es nuestra dignidad”, expresó uno de los hombres encapuchados que ingresaron hasta la Hacienda de la Huerta.
Argumentó que esta comunidad, al igual que otros municipios. sufre el azote de la inseguridad provocada por los integrantes del crimen organizado.
Los también llamados comunitarios instalaron una sola barricada en el acceso principal a la localidad para vigilar quién entra y sale y detectar a quien intente extorsionar o cometer toda clase de actos ilícitos contra la población, en su gran mayoría personas de escasos recursos.
El miércoles 15 de enero, en Tepalcatepec, durante una rueda de prensa concedida por Estanislao Beltrán Torres, coordinador general de Autodefensas en Michoacán, declaró que de manera paulatina dejarían las armas, esto como acuerdo con autoridades federales y estatales.
El también apodado Papá Pitufo destacó que no entregarían las armas del todo para no dejar en la indefensión a los ciudadanos de las demarcaciones ocupadas por las autodefensas.
Cuestionado en esa ocasión por los representantes de los medios, Estanislao Beltrán no descartó que pudieran continuar con su avance hacia otros municipios.
Desde el 24 de febrero de 2013, cuando surgieron los dos primeros grupos de autodefensa en Tepalcatepec y Buenavista, los principales líderes de los comunitarios colocaban a Apatzingán como uno de sus objetivos de avance, al denunciar que esta zona tiene mayor presencia de grupos delictivos.