“El mejor de todos los hombres es el que por sí mismo comprende todas las cosas; es bueno así mismo, el que hace caso al que bien le aconseja; pero el que ni comprende por sí mismo ni lo escucha a otro retiene en su mente, este, en cambio, es un hombre inútil “. Aristóteles Toda actividad humana tiene un fin; Las cosas nobles y justas que son objeto de la política presentan tantas diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por acuerdos y no por naturaleza. El hombre que solo está interesado en sí mismo no es admirable, y no se siente admirado. En consecuencia, el hombre cuyo único interés en el mundo es que el mundo le admire tiene pocas posibilidades de alcanzar su objetivo.
Pero aun si lo consigue, no será completamente feliz, porque el instinto humano nunca es totalmente individualista, y el egoísta se está limitando artificialmente tanto como el hombre dominado por el sentimiento de pecado. El hombre primitivo podía estar orgulloso de ser un buen cazador, pero también disfrutaba con la actividad de la caza. La vanidad, cuando sobrepasa cierto punto, mata el placer que ofrece toda actividad por sí misma, y conduce inevitablemente a la indiferencia y el hastío. A menudo, la causa es la timidez, y la cura es el desarrollo de la propia dignidad.” Cuando se trata de la política, el joven no es un discípulo apropiado, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida, esto es, si sus bríos son bien focalizados y no a la actitud de la soberbia y el egocentrismo, será un excelente alumno que sembrara el conocimiento con la sensibilidad de establecer el fin que se ha formado.
Sus razonamientos parten de ellas de las acciones (valores) y manejan sobre ellas; además, siendo dócil a sus pasiones, aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin de la política no es el conocimiento, sino la acción. Y poco importa si es joven de edad o de carácter juvenil; pues el efecto no radica en el tiempo, sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo con la pasión. “Aristóteles La meta de la política y cuál es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse; pero lo que es la felicidad discuten y no lo aplican del mismo modo el vulgo (pueblo) y los sabios. “el mejor de todos los hombres es el que por sí mismo comprende todas las cosas; es bueno así mismo, el que hace caso al que bien le aconseja; pero el que ni comprende por sí mismo ni lo escucha a otro retiene en su mente, este, en cambio, es un hombre inútil.” Reflexión.
No es sin razón el que los hombres parecen entender el bien y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida. Los principales modos de vida, en efecto son tres, felicidad, la política y la contemplativa. La generalidad de los hombres se muestran del todo serviles al preferir una vida de bestias, pero su actitud tiene algún fundamento porque muchos que están en puestos elevados comparten los gustos de Sardanápalo. En cambio, los mejores dotados y los activos creen que el bien son los honores y su virtud, pues tal es ordinariamente el fin de la vida política. Es manifiesto, pues, que la felicidad es algo perfecto y suficiente, ya que es el fin de los actos. Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón, o implica la razón, y si, por otra parte, decidimos que estas funciones es específicamente propia del hombre y del hombre bueno. Resulta que el bien del hombre es una actividad del alma de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además es una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un solo día, y así tampoco ni un solo día un instante (bastan) para hacer venturoso y feliz.
El tiempo es buen descubridor y coadyuvante; la felicidad es una actividad de acuerdo a la virtud, en la reflexión del filósofo expresa una división en tres clases (bienes), los llamados exteriores, los del alma y los del cuerpo. Los del alma son los más importantes y los bienes de la excelencia, y las acciones y las actividades anímicas las referimos al alma. Y el fin consiste en ciertas acciones y actividades, pues así se desprende de los bienes del alma y no los exteriores. El hombre feliz vive bien y obra bien, pues a esto es, poco o más o menos, a lo que se llama buena vida y buena conducta. La infelicidad se debe en muy gran medida a conceptos del mundo erróneos, a éticas erróneas, a hábitos de vida erróneos, que conducen a la destrucción de ese entusiasmo natural, ese apetito de cosas posibles del que depende toda felicidad, tanto la de las personas como la de los animales. Se trata de cuestiones que están dentro de las posibilidades del individuo, y me propongo sugerir ciertos cambios mediante los cuales, con un grado normal de buena suerte, se puede alcanzar esta felicidad.
El yo no es lo ideal, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidar su propia alma. La felicidad que él atribuye a la religión podría haberla conseguido haciéndose barrendero, siempre que se viera obligado a serlo para toda la vida. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo. El razonamiento está de acuerdo con lo que dicen que la felicidad es la virtud o alguna clase de virtud, pues la actividad conforme a la virtud es una actividad propia de ella, así también es la vida los que actúan rectamente alcanzan cosas buenas y hermosas, y la vida de estos es por si misma agradable. ” Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama”. No construyó un mito de gobierno lo suficientemente convocante. Todo gobierno (el que es, o el que quiere ser) necesita un “mito”. En palabras de Mario Riorda: es “una narrativa, un relato que tiene plena correspondencia con la acción gubernamental, pero la abstrae, la simplifica, la ordena y la expande”. Un mito no es el denostado “relato” que los editorialistas argentinos critican. Sino que es una idea global que carga de valores y afecto a la información política.
Sin un mito las piezas de información que el ciudadano recibe son como las estrellas en el cielo: muchas, desordenadas, sin sentido. El mito cumple el papel que los antiguos navegantes le dieron a las constelaciones: son ideas que conectan puntos, ordenan y permiten tomar decisiones. Un buen mito de gobierno permite, por ejemplo, que los inventarios de obras que los gobiernos comunican sean significativos para los ciudadanos como avances. Scioli apostó a un mito de gobierno basado en la continuidad. En sí misma, esta idea era clara y buena. Para ellos, la convocatoria de Scioli terminó siendo un reflejo de “dónde estamos” pero un no “a dónde queremos ir”. Luego de las elecciones generales la campaña giró dramáticamente de eje y se enfocó en una comunicación con una fuerte carga de negatividad y un importante contenido de miedo en los mensajes, pero para ese momento el daño estaba hecho.
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