La artista falleció ayer, a los 63 años, por un cáncer al pulmón. Una enfermedad que mantuvo en silencio, pese a que tenía planes, como una gira que la traería a Chile.
El reverso absoluto de la música disco. En silencio, sin alardes y con una batalla reservada sólo para sus cercanos. Así fue el hermético epílogo de la artista que por años encarnó el destape propagado por la onda disco y que no camufló mayores secretos durante sus días de gloria: Donna Summer murió ayer, a los 63 años, víctima de un cáncer a los pulmones diagnosticado hace un año y del que sólo estaba enterado su círculo íntimo. La estadounidense -fallecida en su residencia de Naples, Florida- lucía hasta 2011 una activa agenda, que incluía la preparación de material para dos nuevos álbumes y una gira sudamericana que ya tenía cerrada una escala en Santiago de Chile.Ante la sorpresa general, su familia, integrada por su esposo, Bruce Sudano, y sus hijas Brooklyn y Amanda, emitió un comunicado oficializando el adiós: “Esta mañana perdimos a una mujer de muchas cualidades, siendo la más grande la fe. Mientras vivimos el luto, estamos en paz celebrando su extraordinaria vida y su legado”. Ese mismo clan se encargó de cercar para el ojo público los últimos capítulos de su vida. Pese al sigilo, el sitio TMZ informó que la intérprete pudo contraer el cáncer por la inhalación de partículas tóxicas tras el atentado de 2001 en Nueva York.
Como fuere, por esos años, la cantante vivía de su suceso pretérito, pero bajo una huella incuestionable: su etiqueta como la mayor reina de la música disco y la primera que impulsó un modelo donde la femineidad se hermanó con el glamour, la sexualidad desinhibida y los productores dispuestos a dirigir su éxito, esquema que define hasta hoy a las divas del pop y que se ha replicado en insignes como Madonna, Kylie Minogue y Beyoncé. Si antes, Janis Joplin representó el sufrimiento del blues y Aretha Franklin el vigor femenino del soul, Summer explotó las posibilidades comerciales de un género tan frívolo como el que también lanzó a la fama a Gloria Gaynor y a John Travolta.
Pese a su estampa, la cantante fraguó su carrera en el cancionero de vieja cuna. Nacida el 31 de diciembre de 1948, en Boston, LaDonna Adrian Gaines, su verdadero nombre, fue hija de cristianos devotos y creció cantando en coros de iglesia, junto a sus seis hermanos. Ahí, su espejo fue la gran figura de la canción gospel, Mahalia Jackson. Pero con el arribo de géneros más modernos, Summer observó a la propia Joplin, formando el grupo sicodélico The Crow. Tras terminar los estudios, partió a Nueva York, para audicionar en el musical Hair, papel que finalmente quedó en manos de Melba Moore. Eso sí, cuando el montaje giró por Europa, fue convocada para desempeñar el mismo rol, lo que hizo que residiera varios años en Alemania, donde en 1971 lanzó su primer single solista -una versión de Sally go ‘round the roses y firmada como Donna Gaines- y se casó con el actor austríaco Helmuth Sommer, con quien tuvo a su primera hija, Mimi.
Pero no fue su frustrado primer matrimonio el mayor hito de su vida alemana. Ahí conoció a los productores Giorgio Moroder y Pete Bellote, verdaderos ideólogos del sonido disco, que la empujaron a grabar su álbum debut, Lady of the night (1974). Y algo más: bajo esa insinuante carta de presentación, un año después trabajó con la pareja la canción Love to love you baby, cuya portada la mostraba en una pose sugerente, con gemidos y jadeos extendidos a través de todo el tema.
La composición cruzó el Atlántico y el suceso fue imparable: a sus canciones, Summer sumaba en vivo una performance donde simulaba éxtasis íntimo y aparecía vestida con pequeñas lentejuelas. El código ya se había establecido: concentró su potencial en los escenarios -por eso el éxito de su álbum en vivo, Live and more (1978)- y dejó el trabajo en estudio a sus productores. A partir de ahí, dominó las listas con hits como Hot stuff y un dueto con Barbra Streisand, Enough is enough. Además, sin querer -y en otro guiño tomado por divas posteriores- se convirtió en vocera de la comunidad gay.
Pero a pesar de todo este éxito, la cantante sufría de ansiedad y a fines de los 70 se volvió adicta a los medicamentos e intentó suicidarse en varias ocasiones, lo que ella misma escribió en su autobiografía, lanzada en 2003.
Luego, su vida artística también tuvo un revés: en los 80, la caída en picada de la música disco la hizo dar los dos pasos que iniciaron su ocaso: intentando rasguñar el éxito de la new wave, se cambia de sello y se asocia a Quincy Jones, despachando una serie de títulos que no lograron el impacto de antaño. Por otro lado, se convirtió al cristianismo -lo que la ayudó a superar su crisis personal- y renegó de sus años de juventud.
Sin encaminar su presente por rumbos más acertados -y viendo cómo estrellas pretéritas, como Cher o Streisand, sí habían encontrado la fórmula de la vigencia-, decide rescatar su pasado al trabajar con Moroder en el single Carry on (1997). Se ganó un Grammy, el que se sumó a los otros cuatro que alzó anteriormente. En 2008, Crayons, su última entrega, dio paso a su última gira, donde se la vio lenta y con una voz desgastada. En 2011 fue invitada como jueza al espacio de talentos Platinum hit, mientras trabajaba en dos nuevos discos en los estudios Paramount Recording. En silencio. Aún sin avizorar el desenlace que ayer golpeó de sorpresa a los viudos del estilo, las bolas de cristal y las lentejuelas de la época disco.
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