No tengo duda en que en la jornada electoral del pasado domingo el PAN sacó mejores resultados, el PRI retrocedió y el PRD se redujo a su mínima expresión salvado de ahogarse completamente por la mano de su opuesto ideológico. Sin embargo, no creo en los triunfalismos y que se dé por hecho que el panismo volverá a Los Pinos en 2018.
El PRI queda con 16 estados de los 20 que tenía contando aquellos en los que ha ganado en coalición; el PAN tiene nueve; el PRD los cuatro que ya tenía, y juntos, ambos partidos suman otros cuatro donde compitieron coaligados. Lo que significa que territorialmente hablando la geografía de México se parte a la mitad, entre el PRI y la oposición.
En términos del padrón electoral el PRI con la participación de su aliado el Partido Verde gobernaría aproximadamente a 40 millones 195 mil votantes y entre el PAN y su aliado el PRD a 42 millones 783 mil. La diferencia es de poco más de dos millones de sufragantes.
Ahora bien, antes de echar campanas al vuelo con miras al 2018 hay que tomar en cuenta, por un lado, los índices de participación ciudadana y los votos que obtuvo cada partido, en cada lugar, datos que estarán disponibles hasta que los resultados sean oficiales; y por el otro las condiciones políticas y sociales en que cada estado del país es, y será gobernado, en el caso de los que estrenarán mandatario.
Es cierto que el PRI perdió, que el PAN ganó y que el PRD cada vez pinta más para partido satélite del panismo que como una fuerza electoral real, pero al priísmo no se le puede dar por muerto, por varias razones.
La primera es que ostenta el poder presidencial y gobierna la mitad de los estados del país, con los recursos de poder que eso trae consigo.
La segunda, es por la dificultad que han tenido el PAN y el PRD para mantener sus gobiernos de coalición. Sin éstos, el universo de electores gobernados disminuye considerablemente. Dicha coalición perdió Oaxaca y en Puebla ya no se pudieron poner de acuerdo y se quedó en manos del PAN solamente.
En Quintana Roo por ejemplo, ganaron con el ex priísta Carlos Joaquín Gónzález, quien fue invitado como candidato por el dirigente nacional del PRD Agustín Basave, pero que según los resultados del PREP tuvo una mayor identificación entre el electorado panista.
Los votos que obtuvo por el PRD y por la coalición no suman ni el 30 por ciento de los que obtuvo para ganar. Es decir, más del 70 por ciento de su votación vino del PAN. ¿Se conformarán las corrientes perredistas con la cuota de gobierno equivalente a su peso político o aplicarán el clásico “por nosotros ganaste” que suele dar al traste con los gobiernos de coalición de los que han formado parte?
Otro aspecto a tomar en cuenta es el desgaste propio de todos los gobiernos estatales. En 2018 la mayoría llegará a su fin y los que el domingo se eligieron estarán a la mitad con la acostumbrada insatisfacción ciudadana a la que harán frente. Como ejemplo la derrota que Morena infligió a Miguel Ángel Mancera en la elección para el Congreso Constituyente en la Ciudad de México.
Por supuesto que el desempeño presidencial será un factor importante, pero también, la falta de figuras fuertes que puedan competir, les guste o no a muchos reconocerlo, contra un líder carismático como Andrés Manuel López Obrador.
En el PRI Manlio Fabio Beltrones está prácticamente descarrilado; Miguel Ángel Osorio Chong depende de que el gabinete de seguridad a su cargo disminuya la violencia; José Antonio Meade y Aurelio Nuño no despegan.
En el PRD Mancera también salió perjudicado, y por el PAN, la opción parece ser Margarita Zavala aunque le pesa la idea prevaleciente de que la violencia en el país se debe a la guerra contra el narco emprendida por su esposo Felipe Calderón.
Los números no mienten, pero en política no son lo único que cuenta. Las percepciones pueden variar.
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