Es vieja la usanza de separar al gobierno del pueblo. Los castillos medievales, las murallas, desde Jericó hasta Campeche, han activado el menester de fortines, para que a sus aposentos sólo accedan familias, vecinos, gente identificada y no haya cabida para ningún intruso sin linaje o apostasía, menos para disidentes o refractarios al régimen gobernante.
María Antonieta, cuando la revolución tocaba los dinteles de Versalles en Francia, investigó por qué la turba gritaba furiosa agolpándose a sus barandales. Un lacayo la puso al tanto. “Señora es el pueblo -le dijo-, quiere pan”. “Denles pan”, aseveró la reina. Le replicaron: “Su majestad, no hay pan”. Y ella, soberana, señora espléndida, no se acotó: “Entonces, denles pastel”.
Ha quedado la fórmula como receta, para explicar que el poder, divorciado de su pueblo, desconoce los sufrimientos de la gente.
Por qué no va a pensar, sentir, ser diferente un político que vive en los jardines rasurados y las fuentes cantarinas de Los Pinos, rodeado de servidumbre, atendido por millares de lambiscones. Cuándo va ser igual a un peón de albañil, un obrero de ladrillera, una mucama de hotel, un mesero de salario inhóspito, un policía de quincena raquítica. Cómo no van a ser diferentes.
Sólo así entendemos las despedidas de Felipe Calderón. Él se va creyendo que ha servido al país, que ha combatido el crimen, que hizo el bien a los mexicanos, que cumplió con su deber. Que todos nosotros le debemos, crecimiento, bonanza y felicidad.
Considera que el “gasolinazo” fue tan acertada salvación, que debe multiplicarse en otros productos y servicios.
Seis años en distinta dimensión. Narcisista, discriminatorio, con dinero contante y sonante sin limitaciones. Engatusado como el Rey Desnudo del cuento clásico, camina Felipe sin ropas, con su pompa, enfermo de solemnidad hasta el final del cortejo.
Lástima que México no es Moscú donde se le rinden pleitesías al creador del AK-47. Un anticipador de la muerte.
¿Qué plaza merece la estatua de Felipe Calderón, para que el bronce santifique su sexenio?
¡Quién es el compositor augusto, servicial, matraquero que afina la partitura, para que los himnos estremezcan al respetable, escuchando sus fanfarrias al apellido Calderón!
Dónde está el Armando Manzanero de este Holocausto.
En estas estamos. Falta poco.
Enrique Peña Nieto asume la presidencia de México el próximo primero de diciembre. Fecha esperada con devoción por todos los nacionales. Éxito o fracaso de un gobierno se mide en los índices de sus errores o aciertos. Cuáles son más y cuántos son menos.
Lápida mayor la del PAN, son los miles y miles de hombres, mujeres y niños perecidos en el nefando fragor, de los vasallos del delito, que han hecho de la maldad-crueldad-perversidad una sarta de crímenes que nos reducen a una absoluta impotencia.
En un gobierno que sólo es gestor de la ignominia.
No es la sociedad, la gente, el ciudadano, quienes tienen que solventar su seguridad personal. Es el sistema político el primer responsable de que la suerte de México esté en ruinas, inmersa en una fatalidad africana sin justicia ni ventura.
Lo que estaremos recibiendo este primero de diciembre, es la herencia de un régimen inútil, atolondrado, insípido, infecundo, canalla. No existen palabras que logren justificar la abdicación del gobierno ante los facinerosos.
Pero no alegremos nuestros corazones. Si el gobierno que viene continúa divorciado de la gente, ya no habrá salvación para este México que escribe su nombre con la x, porque mucho tiene de cruz y de calvario.
PD: “México, Creo en Ti”: Ricardo López Méndez.
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