Resulta difícil de creer que el problema de la basura tomó desprevenido al presidente municipal, Luis Walton Aburto, según se ve por todos los rumbos de Acapulco.
Es difícil imaginar que el alcalde no esperara que Servitran, empresa recolectora de desechos a la que el ayuntamiento le debe más de 30 millones de pesos, según el mismo Walton, decidiría retirarse de la plaza y llevarse sus 27 camiones y sus 150 contenedores, donde la población dejaba su basura para que fuera levantada.
Por cierto que la inercia que mueve a los pobladores vuelve a demostrar cómo las costumbres se hacen hábitos: siguen llevando sus bolsas de basura al lugar donde estaba el contenedor, y las dejan ahí como si aún estuviera. Éste es el origen de los montones de basura que pueden verse por todo el puerto. Tantos como contenedores tenía Servitran emplazados.
El presidente, por su parte, o esperaba la crisis pero decidió dejar que estallara para sacarle provecho, o no la esperaba, lo cual explicaría por qué se tardó una semana para designar al director de Saneamiento Básico, cuando debió hacerlo aun antes de tomar posesión del cargo. Si así hubiera sido, seguramente Acapulco no sería el muladar que ahora es.
Eso, sin contar que a lo largo de dos días, tras el retiro de Servitran –el 11 de octubre, según información oficial–, los camiones de volteo contratados de emergencia por el ayuntamiento depositaron la basura en un céntrico predio propiedad del alcalde, utilizado como centro de transferencia, ubicado en la esquina de Cuauhtémoc y Gabriel Avilés, en el fraccionamiento Hornos, donde, además de dar mala imagen, generó malos olores.
Al respecto, resalta la insinuación que hace el diputado local priísta Rubén Figueroa Smutny en su página de Facebook, pues pregunta en cuánto le renta Walton ese terreno al ayuntamiento, y comenta con sorna: “con razón donó su sueldo”.
Independientemente de la aclaración que el alcalde mandó publicar en los medios –en la que su Dirección de Comunicación Social asegura que la ocupación de este predio no costó ni un centavo al gobierno municipal, pues fue prestado–, el hecho es que, en este asunto, Walton Aburto ha dejado ver la que puede ser una de sus flaquezas: la falta de previsión, defecto no muy frecuente en los hombres de empresa, a quienes la gente supone avispados todo el tiempo en el arte de administrar, el cual, sin embargo, algunos pueden padecer.
El alcalde debió tener listo un programa emergente de recolección que previera la posibilidad de que la única empresa que quedaba, de las dos que en algún momento prestaron sus servicios al gobierno municipal, decidiera retirarse abruptamente por la falta de pago, como finalmente sucedió.
Aspirante a la presidencia municipal desde hace más de 9 años, y sabedor desde el 2 de agosto de este año de que por fin sería alcalde, debió estar más que preparado. Por eso resulta difícil de concebir que no lo estuviera, que le ganara su actitud retadora, del que no se deja presionar, cuando los directivos de Servitran lo buscaron para pedirle auxilio, pues ya no tenían dinero ni para comprar el diesel de los camiones recolectores. En vez de resolver, los envió con la secretaria general de la comuna, quien finalmente no resolvió nada.
Para bien o para mal, Acapulco es una ciudad turística: vende servicios, vende imagen, vende confort, todo lo cual debe estar a punto para ser ofrecido a sus visitantes. Y, como cualquier ciudad turística del mundo, requiere de un esmero sin igual para mantener la calidad en unos y en otros. Cualquier pequeño descuido puede causar un desastre.
Pero en Acapulco se han cometido más que descuidos: verdaderos crímenes contra la imagen de la ciudad, contra la calidad de sus servicios y contra su confort. La basura acumulada por todas partes –con su cauda de efectos colaterales, como malos olores, roedores y cucarachas– es apenas un ejemplo de ello. Los miles de baches que las lluvias formaron en las vialidades, y que la administración anterior no pudo tapar por falta de recursos, es otro.
Es verdad que la causa de buena parte del desbarajuste en el ayuntamiento, sobre todo en el aspecto financiero, se debe al saqueo que cometió el anterior alcalde, Manuel Añorve Baños, quien dejó de pagar a las empresas recolectoras, lo cual finalmente hizo crisis durante la breve administración de Verónica Escobar Romo, pues con mil 500 millones de pesos en deuda –según cálculo del mismo Walton Aburto– poco es lo que podrá hacer el gobierno de Acapulco para cumplir incluso sus obligaciones elementales.
Pero no es saludable recurrir todo el tiempo al pasado para justificar errores del presente. El alcalde Walton debió estar preparado, aun antes de tomar posesión, para hacer frente a todo lo que viniera. Y el hecho es que no lo estuvo o no quiso estarlo. También los hombres de empresa tienen aún mucho que aprender.
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