Conozco a muchos seminaristas, políticos “cristianos” que profesan credos opositores. Son protestantes, atalayos y hermanos de la caridad, dispensadores de bendiciones pero que, todos ellos eluden rigurosamente siquiera mencionar la doctrina del rabino de Galilea: “Regresa hijo mío, ve y vende tus bienes, regálaselos a los pobres y luego sígueme”.
En un recodo de una plaza jibarita, mientras la plebe acosaba al Hijo de Dios que prodigaba milagros, sanaba a los leprosos, bendecía a la suripanta e inquiría, si existía alguien que pudiese arrojar la primera piedra; un agiotista, acaparador de comestibles, rico, temeroso de que Dios no le permitiese la entrada al Reino de los Cielos, gimoteó ante El Salvador para que le abriera el sendero que lo condujera a la gloria eterna.
Jesús le indicó entonces el único camino que conocía para que salvara su alma y que no fuera expulsado del paraíso.
Regala tus bienes a los pobres.
Este renglón tan estricto, lacónico, obra negra literaria, tiene una dimensión tan grande que no respeta ningún egoísmo.
Juan R. Escudero, alcalde que tiñó de gloria Acapulco porque sin él esta tierra carecería de fundamento, además de interpretar la Constitución de 1917 y, enseñársela con todos sus derechos y garantías a la humilde clase trabajadora de los muelles del puerto, tenía entre sus virtudes la de regalar su salario, de tres pesos diarios, a los campesinos que no tenían monedas ni siquiera para comprar semilla y sembrar durante el temporal sus chiles, su frijol y su maíz. En las escalinatas del Ayuntamiento, por las tardes, Escudero repartía su salario a los pobres.
No fue Luis Walton el primer presidente municipal que donara su sueldo para facilitarles a niños indigentes el aprendizaje y formación de sus vidas. Juan R. Escudero se le anticipó. Pionero fue de tan magnífico tutelaje.
La coincidencia a ambos honra.
Sobran dedos a la mano para contar en la historia, los gestos generosos de misericordias económicas, practicadas por algún político, para lograr un fin moral. Nadie patrocina proyectos, aventuras ni destinos con dinero de su bolsa. Nadie.
Fue Isabel La Católica, reina de Castilla, ante lo raquítico de los fondos fiscales españoles, quien dispuso de sus joyas personales y se las entregó a Cristóbal Colón para que realizara su expedición a Las Indias, terminando por descubrir América.
Simón Bolívar utilizó su fortuna particular -heredada de tres generaciones de hacendados que cortaban caña en Venezuela-,
para financiar su sueño de emancipar a toda América, colonizada por España, con el retroactivo de tres siglos. En total pobreza murió el Libertador, por el río Magdalena, agotados sus talegos.
En el mundo hay ejemplos que emocionan de tan magnánimos.
Hasta la fecha, nadie de los parlanchines que se llenan la boca de espuma diciendo que son de izquierda y que luchan por el pueblo y lo trágico de la pobreza. Los marrulleros que cobran con la derecha y saludan con la izquierda, ninguno había diferido su salario para que lo utilicen en sus estudios, niños marginados que resisten miserias y padecen el sufrimiento de la penuria.
El primero fue Juan R. Escudero. Pero ello incluso enaltece a Walton, porque su antecedente proviene de un héroe. No fue un Amín, ni un Z, un Félix, un Febronio, un René. Todos -excepto Escudero-, hicieron de su paga un rito, de sus privilegios una doctrina, de su enriquecimiento una causa digna de su voracidad.
Cuando Zeferino publicó sus ingresos personales originados en los negocios de su familia, superiores entonces a los cien mil pesos mensuales, este escriba le propuso que regalara su salario a los menesterosos. Su respuesta fue vitriólica, fiera, rapaz: “Nunca, el salario es sagrado”. Como si en vez de alcalde fuera un peón de albañil al que su paga apenas le alcanzara para vegetar
Incluso, Z propaló el saqueo justificándose: “Entre mejor se le pague a los funcionarios, menos roban”. Magaly no lo entendió y hasta un amparo para no responder a sus latrocinios, le negó la justicia federal, hoy que huyen porque la Ley les pisa los talones.
Volviendo a Walton, su estatura se equipara con la de Juan R. Escudero. Así de sensible sois.
PD: “Hay que dar hasta que duela”: Madre Teresa de Calcuta.
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