Y escribí “con motivo” deliberadamente, porque la obra que se desarrolla en el bulevar Vicente Guerrero no se está haciendo sólo para el Acabús, sino que es mucho más extensa, según lo que se ve. Es obvio que quien la contrató, es decir el gobierno estatal, pensó no sólo en ese servicio de transporte de personas, sino en el transporte en general.
Por lógica, mientras más extensa es la superficie a pavimentar, más son las molestias que ocasionará la obra a quienes tengan la necesidad de pasar por ella. En este caso, el bulevar se convierte cada día en un atascadero vial, cuyo recorrido puede implicar mucho tiempo, a veces más de una hora.
Pero éso es sólo por el lado negativo, pues la obra tiene varios aspectos positivos que es justo resaltar.
En primer lugar, pude ver que la constructora está colocando dos planchas de concreto, una que sirve de cama sobre la que descansa otra, que lleva el acabado definitivo para que encima de ella rueden los vehículos.
Cada una de esas planchas tiene un grosor de unos 30 centímetros, según se aprecia a simple vista, es decir que la constructora está aplicando unos 60 centímetros de concreto, lo cual verdaderamente llama la atención porque significa que esa superficie de rodamiento podrá soportar con toda facilidad el paso de tráileres de 60 toneladas o más, lo cual la dota de capacidad sobrada de carga, si se tiene en cuenta que cada unidad del Acabús no pesa ni 10 toneladas, con toda su carga humana.
Estos datos me los proporcionaron personas que saben de estas cosas. Y cuando pregunté por la vida útil de esa obra, me dijeron que será de alrededor de cien años.
Imagínese: un siglo en que no habrá necesidad de tapar baches; todo lo que, a la larga, sólo por este concepto, se ahorrarán en dinero y en molestias los contribuyentes que en esos cien años pagarán impuestos.
Quién no sabe que los baches son un negocio para las constructoras –y para los funcionarios a cargo de la obra pública–, quién no sabe que tapan los baches con material de mala calidad con el propósito deliberado de que se vuelvan a abrir, si no en la misma temporada de lluvias, en la del año siguiente. De ese modo, las constructoras –y los funcionarios inescrupulosos– tienen un ingreso asegurado, pero los que salen perdiendo son los ciudadanos, sobre todo los automovilistas, quienes tienen que pagar los desperfectos que los baches ocasionan a los vehículos. Éso, por lo visto, en el caso de esta obra, se acabó.
En otras palabras, estamos ante una obra muy bien hecha –no una de relumbrón, como suelen construir los políticos para ganarse el voto de los electores–, con capacidad sobrada para su objetivo y con una expectativa de vida útil que trascenderá a ésta y a muchas administraciones estatales venideras, que seguramente estará en perfectas condiciones dentro de un siglo, cuando tal vez el modo de transportarse haya cambiado merced a los avances tecnológicos que para entonces habrá logrado la humanidad.
Bien es verdad que los expertos que me dieron sus opiniones también me dijeron que, a su parecer, el costo de esta obra es mayor al necesario, dada su sobrada capacidad de carga y de duración. Y yo no soy quien para contradecirlos en sus opiniones técnicas. Pero como ciudadana que paga sus impuestos y sufre las consecuencias de obras públicas mal planeadas, mal ejecutadas e innecesarias, sí puedo decir que es preferible una obra de sobrada capacidad de carga y de larguísima vida útil, a pesar de lo que cueste, a una obra de relumbrón que deje insatisfechos a los ciudadanos, por su inutilidad.
Ahora sí que, en este caso, las molestias serán pasajeras, pero los beneficios, permanentes.
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