Cuando, a mediados de julio, el diario El País –el más prestigiado y de mayor tiraje de España– publicó un editorial en el que señaló que el político mexicano Andrés Manuel López Obrador es “un lastre para la izquierda” y un “mal perdedor”, retumbaron los tambores de guerra entre los fanáticos del tabasqueño, que son, en Internet, muy activos, muy viscerales y muy agresivos.
Sin embargo, la vida no recompensa a quienes viven tratando de adaptar el mundo a sus caprichos. Y, en cambio, es generosa con quienes asumen con madurez, con entereza, con inteligencia y con humildad sus circunstancias.
Pero ni López Obrador, ni sus seguidores, son de esta clase de personas.El político de izquierda tuvo, hace más de seis años, la oportunidad histórica de alcanzar el más alto honor de todo aquel que se dedica a la política en nuestro país: la presidencia de la República. De hecho, ya la tenía en el bolsillo: todo era cuestión de ser sencillo, maduro, íntegro, inteligente y humilde. Pero él no lo fue; y toda la ventaja que tenía entonces se le convirtió en desventaja.
Mire que ponerse al tú por tú con el más acomodaticio, ignorante, inculto y tonto de los presidentes que ha tenido México. Mire que rebajarse al punto de exigirle: “Ya cállate, chachalaca”. ¿Cómo los mexicanos decentes –que son la mayoría– votarían por él en esas circunstancias?
Pero no se conformó con ello: además se echó de enemigos a los empresarios del país, pequeños o grandes; el tamaño no le importó.
La soberbia lo perdió.
Y fue por su soberbia que, por ejemplo, la izquierda perdió la oportunidad de ganar la gubernatura del estado de México, hace siete años y ahora, pues en aquella ocasión impuso contra viento y marea a Yeidckol Polevnski como candidata del PRD para competir nada menos que contra Enrique Peña Nieto, cuando todo el mundo le advirtió que esa señora sólo garantizaba el fracaso. Y ahora impuso a Alejandro Encinas como contrincante del priista Eruviel Ávila, y rechazó la mínima posibilidad de alianza con el PAN. Y volvió a perder.
Hace poco menos de un año, 46 intelectuales, gobernadores y legisladores de las tres principales fuerzas políticas del país publicaron un desplegado en el que proponían hacer las reformas constitucionales pertinentes que posibilitaran crear gobiernos de coalición que evitaran la paralización de las decisiones de gran calado en beneficio de los mexicanos.
Varios correligionarios de López Obrador se manifestaron de acuerdo. Pero él rechazó cualquier posibilidad de acercamiento con el PAN o con el PRI. Lo dijo en México y lo dijo ante un grupo de académicos estadunidenses reunidos en el centro Woodrow Wilson de Washington. Por supuesto, porque, en su visión, los puros –es decir los lopezobradoristas– nada tienen que hacer al lado de los impuros –es decir el resto del mundo–.
Y ahí están los resultados: otra vez se quedó sin alcanzar la ansiada presidencia de la República.
Pero el principal damnificado ahora no es él –si bien tendrá que morder el polvo de su derrota un largo tiempo–, sino el pueblo de México, que no se merecía el regreso del PRI al poder.
Si algo ha de servirnos de consuelo ahora, hay que insistir en que que el regreso del dinosaurio tricolor a Los Pinos no tiene por qué significar una vuelta mecánica al pasado autoritario y de simulación del antiguo régimen. Antes de que dejara el poder en el año 2000, ya se habían creado las comisiones de Derechos Humanos del país, ya el Poder Judicial de la Federación gozaba de una sana autonomía respecto del presidente de la República –autononía que se ha convertido en independencia–, ya había un sistema competitivo de partidos fuertes. Ahora hay más contrapesos, pues.
Y por el lado externo, como ya se terminó la Guerra Fría, a Estados Unidos ya no le interesa conservar gobiernos represores, que sólo irritan a los ciudadanos y los orillan a hacer revoluciones (la primavera árabe lo demuestra).
No, el PRI en el gobierno ahora ya no sería lo mismo que el PRI en el gobierno antes. Pero eso no exculpa a López Obrador.
Sobre sus hombros recaerá siempre la responsabilidad de haber hecho todo cuanto le fue posible por abrir la puerta al dinosaurio.
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