Presidía la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, por el PRD. Murió a los 93 años.
Nos es familiar porque a él principalmente, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, le tocó atender el genocidio de Aguas Blancas, perpetrado por jenízaros uniformados del régimen de Rubén Figueroa Alcocer.
Clara y contundente fue su resolución. El gobierno del Estado era culpable de graves violaciones a los Derechos Humanos; responsable de homicidios alevosos, fechorías que debían ser castigadas por la justicia y la ley.
Un Congreso federal obediente y sumiso se negó a que prosperara el juicio político y sólo con que Ernesto Zedillo pidiera a Figueroa que se fuera de la gubernatura, se dio por solapada y concluida la impunidad y el crimen.
Quiso Juventino ser un paladín con las reses del vecino. Se le vio duro y firme contra la conducta delictiva del ex gobernador. Exigió que se le enjuiciara y castigara porque, dejar impune el genocidio sería un precedente inexcusable.
Sin embargo, en cuanto a los excesos de los Ministros de la Suprema Corte, sus duplicadas canonjías, el derroche de sus haberes, el gusto por el gasto, el insolente costo de la justicia en México auspiciado y fomentado por los jerarcas máximos del alto tribunal, de eso, Juventino jamás dijo nada, guardó silencio toda su vida, prudente y encubridor de la molicie en que se corrompen todos los de su caletre.
No se puede sólo ser estricto con los asesinos y gracioso con quienes se roban los impuestos de un pueblo pobre.
PD: “Ser o no ser: is the cuestion”: William Shakespeare.
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