Por Enrique Caballero Peraza
A ti, Mario, escritor del mundo y peruano eterno, este homenaje sincero, humilde en palabras, pero inmenso en gratitud. Has sido, desde tus primeros pasos en la literatura, un faro para quienes creemos que las letras pueden cambiar el destino de los pueblos, iluminar las sombras del poder y penetrar los rincones más hondos del alma humana.
Desde "La ciudad y los perros" —aquel aldabonazo en la puerta de la narrativa latinoamericana— hasta las honduras políticas y existenciales de "Conversación en La Catedral", tu obra ha sido un testimonio lúcido y valiente del conflicto entre el individuo y las estructuras de opresión. Fuiste cronista feroz de una sociedad fracturada, y al mismo tiempo, arquitecto de ficciones que revelan verdades más nítidas que las de los diarios o los discursos.
Pasaste por la sátira con la elegancia de un orfebre —"Pantaleón y las visitadoras" nos hizo reír con inteligencia, y a la vez nos devolvió una crítica descarnada del autoritarismo y la hipocresía. "La guerra del fin del mundo", con su aliento épico, nos condujo al corazón de los fanatismos y la locura mesiánica, revelando tu maestría como narrador universal. Y en "El hablador", diste voz al que no tiene voz, al que habita en los márgenes del progreso.
A lo largo de los años, tus novelas, ensayos y obras teatrales han configurado no solo una de las trayectorias literarias más vastas del idioma español, sino también una defensa coherente de la libertad, la democracia y la civilización. En cada página has proclamado, como quien arroja una antorcha al futuro, que “la literatura es fuego, y quien no lo sabe, no sabe nada de literatura”.
Tu paso por la política, Mario, fue una prolongación natural de tus ideas. Enfrentaste, con coraje y sin ambages, los demonios que habías denunciado en la ficción: el autoritarismo, el populismo, la corrupción. Aspiraste a la presidencia del Perú no por ambición, sino por la necesidad ética de impedir que tu país sucumbiera al embrujo del totalitarismo. Y aunque la victoria no llegó en votos, tu ejemplo quedó como testimonio, que el intelectual no debe esconderse en la torre de marfil.
No te rendiste. Nunca lo hiciste. Y aunque la política activa cedió paso a la reflexión, tu voz continuó firme, como un latido. En cada artículo, en cada intervención pública, seguiste siendo ese gladiador de la razón, denunciando a dictadores, defendiendo a los exiliados, alertando sobre las nuevas formas de barbarie. Tu retiro en España no fue una huida, sino una transición natural de quien ya había dado todo al ruedo político y necesitaba el silencio para seguir creando.
Hasta el final, Mario, permaneciste activo, desafiante, lúcido. Un clásico vivo. Un maestro insobornable. Un amante de la libertad. Quien haya leído tus memorias, "El pez en el agua", sabe que tu vida fue también una novela apasionante: marcada por la búsqueda, por la contradicción, por el amor al lenguaje, por la defensa —quijotesca, si se quiere— de los valores en los que creías.
Yo, Enrique Caballero Peraza, compañero en la escritura, en el desvelo por las palabras, tuve el privilegio de incluir una de tus citas en mi primera novela, Más Allá del Tiempo. Lo hice no por vanidad, sino como homenaje íntimo, como acto de gratitud. Porque tu voz ha acompañado la mía desde siempre, como un eco fiel que me recuerda que escribir, a fin de cuentas, es una forma de vivir con intensidad, con conciencia, con rebeldía.
Gracias, Mario, por no haber callado nunca. Por habernos enseñado que la literatura no es un adorno, sino un acto de resistencia. Por demostrar que, incluso cuando la tinta se agota, la palabra perdura.
Firmado con respeto y admiración,
Enrique Caballero Peraza
Escritor y eterno lector de Mario Vargas Llosa
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