Por Miguel Ángel Arrieta Foto: https://www.facebook.com/miguelangel.arrietamartinez.9
Para quienes entienden que la Cuarta Transformación no es sino la liquidación de todo lo creado en el régimen 1934-2018, incluidas las estructuras partidistas de transmisión del poder, la interpretación del evento presidido por líderes de la CATEM ayer sábado en Acapulco, es simple: el Estado mexicano ha metido marcha irreversible a la sustitución del viejo modelo de control obrero, CTM, por un nuevo esquema sindicalista acorde con las necesidades de productividad de los tiempos actuales.
Aunque escapa a toda visión premeditada, la entrega de 500 millones de pesos a productores ejidales través de la firma de un convenio entre la CATEM y la UNEFA nacional, se localiza en una metáfora de fortalecimiento de la nueva central obrera, frente a la debacle registrada en las filas cetemistas, cuya disputa interna se agudizará en la lucha por los despojos de ese sector priista luego del fallecimiento de su líder Antelmo Alvarado García.
El principal lastre del cetemismo guerrerense es que sus actuales dirigentes seccionales desconocen por completo los canales para terminar con la percepción de que los líderes sindicales solo trabajan para vender a patrones los contratos colectivos de trabajo. La idea de que por medio de los sindicatos se esclaviza a los obreros ha penetrado durante décadas ante las condiciones de abusos y evasión de responsabilidades de los empresarios hacia los trabajadores.
De hecho, el legado real de Filiberto Vigueras Lázaro, Porfirio Camarena Castro, José Luis Torreblanca y el recién fallecido Antelmo Alvarado García, radica en que adoctrinaron esencialmente a los líderes de secciones locales para utilizar a la CTM con fines de enriquecimiento express y para pelear por cargos legislativos.
En el periodo priista, las claves de repartición del tesoro, -diputados, alcaldes, gubernaturas, senadores y regidores-, radicaban en la idea de que la CTM constituía un bastión aportador de millones de votos en favor del PRI y por ende facturaba al tricolor su cuota de poder correspondiente para garantizar triunfos en procesos electorales.
Las elecciones presidenciales de 1988 vinieron a desmantelar en buena parte ese enfoque. En el entonces Distrito Federal, considerado netamente priista por la acumulación de sindicatos cetemistas, el poderoso partido tricolor vio altamente vulnerada su hegemonía ante la pérdida de todas las diputaciones federales y senadurías, ante los candidatos del Frente Democrático Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigencia Martínez y Heberto Castillo.
A partir de esa realidad, la CTM comenzó a languidecer una larga agonía al perder su estatus de sector superpoderoso; después ese desdibujamiento y con la muerte de Fidel Velázquez, la disputa por los cargos de elección popular sustituyó todo indicio ideológico de lucha de clases y reposicionamiento del valor de mano de obra ante imposiciones de modelos laborales externos aplicados luego de la firma del salinista Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y USA.
Al final de cuentas, el cruce de rencillas entre el poder caciquil de Filiberto Vigueras Lázaro y el perfil autoritario de José Francisco Ruiz Massieu, motivaron en Guerrero la pérdida de las dos diputaciones federales asignadas aquí a la CTM. Esas circunstancias fueron las que crearon a Félix Salgado Macedonio bajo la denominación del diputado costales.
Por lo pronto, la transición del 2018 encontró en Guerrero una CTM organizada por Antelmo Alvarado como agrupación de masa para llenar cierres de campaña o defender gobernantes, y no como pieza estratégica del sector productivo, lo que fue detectado inicialmente por José Alberto Alonso Gutiérrez en el proyecto para que la CATEM pueda ir llenando los espacios entre nuevos vínculos productivos obrero patronales, y desterrar el sindicalismo anti productivo tipo CTM-PRI.
En el fondo, se aprecian elementos para que Guerrero sea laboratorio de un esquema en el que los líderes sindicales dejen de negociar los contratos sólo para beneficio particular y no para incrementar la productividad en fuentes de empleo que mejoren las condiciones laborales de los trabajadores.
Las condiciones están dadas: de los siete millones de trabajadores sindicalizados en el país, la mayoría ya no acata órdenes electorales de sus líderes y su único potencial es que agrupados si constituyen un ejército, pero su fuerza básica sería poder desplazarse con intereses mutuos dentro de las nuevas formas productivas, y ya no más como borregos detrás del tañido de una campana.
Después de todo, la CATEM ya tiene por donde comenzar.
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