Por César González Guerrero
En todas las partes del mundo, el término Madre tiene un enorme significado y un gran valor. Es un concepto aplicado a una mujer que merece un profundo respeto. Para nadie es desconocida la importancia de la Madre. En el universo es la Madre tierra que nos provee de todo, en el infinito es un todo. En nuestra vida cotidiana la Madre también es todo, tal vez por ello existe y se festeja mas el Día de la Madre que el Día del Padre, quizá por ello mismo haya más celebraciones de la Mujer, a nivel nacional e Internacional, que del hombre.
Mas en fin, como sea, en nuestra sociedad mexicana festejar cada año a nuestra Madre ha sido una tradición y una costumbre que no se debe dejar de hacer. Desde luego en la medida de lo posible, razonable y en la austeridad que los tiempos nos exijan. Aunque no es lo mismo festejar el día de la Madre en la ciudad que en el campo, hay mucha diferencia, pero se hace.
Quienes tienen la fortuna de disfrutar la existencia de la Madre seguramente hoy, en medio de la pandemia del COVID 19, estarán juntos físicamente o virtualmente; quienes ya no tenemos a nuestra Madre en vida, también la disfrutaremos espiritualmente. Lamentablemente hay familias que, por diversas razones, aún desconocen qué es el 10 de mayo y por supuesto aunque estén presentes, la fecha pasa desapercibida. En la mayoría no es así.
Recuerdo que desde hace más de 60 años en mi tierra Copala, como otros pueblos de Guerrero, en las escuelas del nivel Primaria aprendimos a venerar a la Madre y cada 10 de mayo, lo hacíamos de una manera muy especial, muy humildes, sin tantos lujos, pero si con mucho amor, cariño y respeto. Los maestros fueron insistentes en enseñarnos a valorar, respetar, querer y honrar a nuestras madres, todos los días.
En la escuela nos preparaban con todo empeño para que el 10 de mayo participáramos en los programas artísticos y culturales, en las canchas públicas y dentro del plantel. Hombres y mujeres entonamos las mañanitas y canciones alusivas, bailamos, declamamos, etc. Se consideraban fiestas del pueblo.
En los eventos de mi tierra, desde las 6 de la mañana iniciamos un recorrido por las principales calles, que en ese tiempo no eran más de tres, portando cada quien un farol elaborado oportunamente en la escuela, cantando una hermosa melodía que más o menos decía: "...Madre querida, Madre adorada, tesoro inmenso de todo bien, tu que me diste con tu amor vida, bendita seas Santa Mujer..."
Ya en la tarde, Madres e hijos, lucíamos nuestra mejor indumentaria, bien bañados, peinados y arreglados, nuestras sonrientes Madres invitadas, sentadas en las bancas escolares eran testigo de nuestras habilidades artísticas. Desde luego, algunos de nosotros carecíamos del talento y en lugar de causar admiración causábamos risas porque no hacíamos un buen papel.
En esa fecha, algunas Madres recibían como regalo hermosos ramos de flores del campo: flor de "paraíso", "teresitas", "canastita", "bugambilia", "tulipán ", etc.; algunas otras recibían su jabón de "olor" preferentemente camay o palmolive envueltos en papel china; hubo quienes en ocasiones recibían desodorantes, "perjumes", "pintalabios", "coloretes", "polveras marca tabú", blusas, vestidos, "cortes" de tela, rebozos, mandiles, zapatos, platos, vasos, tazas, vajillas de peltre y de loza, jarras, cubetas de plástico, bandejas, aretes, collares, peinetas, pulseras, esclavas, anillos, plancha, licuadora, estufa, refrigerador y un sinfín de obsequios de acuerdo a las posibilidades económicas de la época. No fue tanto el costo monetario del regalo, sino más bien el gesto y la emoción de dar y recibir un detalle que con mucho esfuerzo y sacrificio hacían los pequeños para expresarle a la madre su gran amor. Desde luego obligatoriamente un beso en la frente y un fuerte abrazo. En ocasiones fue tanto el sentimiento que brotaban las lágrimas espontáneamente. Quizá en las ciudades y en otras familias, por supuesto, los regalos fueron de otro tipo.
Ahora, quienes ya no contamos con nuestras Madres solo nos quedan muchos gratos recuerdos y las visitamos en sus tumbas, oramos en la Soledad y en las Iglesias, en la distancia y en la tristeza, pero con el alto honor y orgullo de haber cumplido como hijos e hijas su legado de haber sido una grande, inolvidable, excelente Madre y cuyas enseñanzas nos han forjado como personas de bien. A ellas muchas gracias por llevarnos a un buen destino. A las madres fallecidas va nuestro respetuoso homenaje póstumo. A mi madre Cohinta Guerrero Aparicio, allá en el cielo, nuestro amor eterno.
¡¡Felicidades a todas las Madres vivas de México, Guerrero, Costa Chica y Copala!!
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