Por Pedro Arzeta García
Mientras la alcaldesa de Acapulco, Abelina López Rodríguez, continúa con su agenda pública sin sobresaltos, atendiendo demandas ciudadanas, promocionando al puerto como uno de los destinos turísticos más importantes del país y haciendo llamados a la prevención ante fenómenos meteorológicos, su figura se consolida políticamente y crece en aceptación popular. ¿Todo esto, mientras quienes intentaron desacreditarla han quedado en silencio… o se fueron de vacaciones?
Uno de ellos es el Auditor Superior del Estado, Marco César París Peralta, quien ha optado por el mutismo tras la pifia cometida en su intento fallido por cuestionar la administración de Acapulco. Su error no solo expuso su novatez, sino también su proclividad a actuar bajo consignas políticas en lugar de asumir el papel institucional que le corresponde como vigilante de la rendición de cuentas.
Más aún, el exregidor y aspirante frustrado, Ramiro Solorio, prefirió autoexiliarse en Europa, paseándose por los Campos Elíseos en París, mientras en Guerrero las acusaciones sin sustento que promovió se desmoronan por su propio peso.
Así está Guerrero: con un Auditor más preocupado por complacer intereses políticos que por dar claridad sobre el uso del dinero público. Sería pertinente –y necesario– que París Peralta diera a conocer el estado real de las finanzas y las auditorías en los 85 municipios, así como en dependencias clave como la Secretaría de Educación Guerrero (SEG), la Secretaría de Salud y otras áreas donde sí hay denuncias documentadas y opacidad comprobada.
El silencio del auditor lo exhibe. Su falta de firmeza, criterio y autonomía pone en entredicho la función fiscalizadora que exige la ciudadanía. Mientras tanto, Abelina López se fortalece en el escenario político y, hasta el momento, no existe ninguna investigación formal que confirme el presunto desvío de recursos con el que quisieron incriminarla.
En su lugar, fue la propia presidenta municipal quien evidenció las inconsistencias del auditor, revirtiendo el golpe y dejándolo en ridículo ante la opinión pública. Hoy, Marco César París no asoma la cabeza. Y en política, como en la vida, el que calla, otorga.
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