La izquierda mexicana -si queda algo digno de ese nombre- va a la zaga de la historia, incluso de la que transcurre frente a sus ojos. Su ceguera le impide asumir el liderazgo de la sociedad como lo han hecho ahora y en el pasado los partidos socialdemócratas en Alemania, Inglaterra, Francia o Brasil y muchos otros países.
Y se está marginando de toda política que no sea electoral precisamente cuando el recetario neoliberal está naufragando en las economías desarrolladas y emergentes y cuando la deuda social en México ha alcanzado extremos comparables a los del decenio de 1920.
Es una izquierda siempre fracturada que, contra el más elemental sentido de supervivencia, se está fracturando más ahora que ha embarnecido como fuerza política con los votos por López Obrador, los triunfos en el Distrito Federal, Tabasco y Morelos y los espacios que logró en las cámaras legislativas federal y algunas estatales.
Pero en vez de entrar al debate político con perspectiva de futuro, las tribus del PRD siguen enfrascadas en la rebatinga de cargos de las cámaras federal y locales; los dueños del PT y MC, que descaradamente usan el disfraz de la izquierda, atizan la radicalización de AMLO para seguir siendo necesarios y mantener el subsidio y privilegios de los partidos políticos, y López Obrador, a sabiendas de que no ganó la batalla electoral y no puede ganar la batalla jurídica, parece resuelto a retener su liderazgo para volver ser candidato presidencial en 2012, pese a que han surgido figuras más presentables, como Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera o el olvidado Lázaro Cárdenas Batel, que han probado su capacidad para ganar elecciones y gobernar.
Ajeno a lo que ocurre fuera de sus muros, el Movimiento Progresista está dando una pelea perdida, cuando una izquierda responsable ante su propia militancia y ante el país debería estar participando ya en la discusión sobre el perfil y propuestas del próximo gobierno que, le guste o no a la izquierda, encabezará Enrique Peña Nieto en el Ejecutivo Federal, y le guste o no al PRI, tendrá una composición plural en las cámaras legislativas.
Peña Nieto ha dado a conocer sus primeras tres propuestas sustantivas, que tienen que ver con la injerencia efectiva de los ciudadanos en temas críticos: la corrupción, la transparencia y rendición de cuentas y las relaciones entre el poder político y los medios. Aunque ya había abordado estos temas en su libro y su campaña, la prioridad que hoy les da obedece, supongo, a una correcta lectura de los motivos de la inconformidad ciudadana, que se hicieron evidentes en la campaña.
De prosperar, sus iniciativas desactivarían los tres reclamos más vehementes de amplios sectores de la clase media al poder.
El movimiento #YoSoy132 fue la chispa que incendió la pradera, aunque no es menor el hecho de que haya surgido en una universidad privada, propiedad de los jesuitas, para más señas. El Movimiento Progresista aprovechó el incidente de la Ibero y lo convirtió en un ariete contra el candidato que siempre tuvo más posibilidades de ganar, gracias a que sus aliados en la conducción de noticiarios y en los círculos intelectuales le hicieron una admirable promoción de las movilizaciones juveniles.
Pero muy pronto sus líderes originales, más o menos espontáneos, fueron sustituidos o rebasados por grupos muy radicales como los macheteros de Atenco, los maestros de la sección 22 de Oaxaca, los electricistas y otros. El problema para el país es que los grupos intolerantes se proponen cercar las instalaciones de un importante medio de comunicación, Televisa; presionar al Tribunal Electoral para que invalide la elección presidencial; impedir por la fuerza la instalación del Congreso de la Unión el 1 de septiembre, con lo que crearían una grave crisis constitucional y, finalmente, impedirían que Enrique Peña Nieto rindiera su protesta como presidente constitucional ante el Congreso de la Unión, que es el representante de la nación y de la república.
Si López Obrador y el Movimiento Progresista son los que marcan la línea de las movilizaciones juveniles, están jugando con fuego y el incendio nos puede alcanzar a todos. Si no lo son, como asegura Jesús Zambrano, deberían ver el plan de acción de Atenco como un foco rojo y actuar de inmediato cuando menos para no seguir alentando la formación de grupos violentos que, en esta segunda hipótesis ya habrían escapado a su control.
De este tamaño es la responsabilidad de López Obrador y de la izquierda que encabeza.
Las tres propuestas de Peña Nieto responden a demandas sociales genuinas y la izquierda ganaría en civilidad sin ceder dignidad ni perder prestigio si cuando menos accediera a discutirlas. Yo confío en que la parte más responsable y sensata de la izquierda, que la hay, persuada a su líder de que nada se puede hacer para revertir la derrota, que los delitos o faltas administrativas que logren probar no son suficientes para anular laselecciones, que la idea de Jaime Cárdenas de declararlas "inválidas" por violaciones constitucionales es una locura y que sería suicida para la izquierda y criminal para el país, que se cumplieran las amenazas de los grupos reunidos el fin de semana pasado en San Salvador Atenco. Renward García Medrano:
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