Para poder hablar de la corrupción en México se requiere, más que una buena dosis, una enorme cantidad de cinismo. De otra manera se corre el peligro de no llegar a conclusiones válidas para el estudio del fenómeno enraizado profundamente en todas las instituciones. Unos por omisión, otros por comisión, pero no hay quien se salve o pueda estar al margen de la epidemia que desde la época de la Colonia es uno de los flagelos que nos caracterizan como país.
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