Esta es una colección de cuentos que Rubén Darío Acosta Hilario empezó a escribir hace un año, con la idea de contárselos a su hijo menor, pero luego llegó el nieto y pensó que tal vez sería bueno que también a él se los leyeran.
Sin embargo gracias a la generosidad del autor ahora se los daremos a conocer en este espacio, he aquí el primero de sus cuentos, se llama “La culebra de agua”.
Atentamente
Andrés Arias Jurado
Jefe de Información del Regional de la Costa
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“LA CULEBRA DE AGUA” Primera parte
La lluvia no cesaba desde hacía cinco o seis días.
Las tortuosas calles del pueblo, así como las campiñas se veían desiertas. Nadie se atrevía a salir de sus casas sino por alguna razón verdaderamente urgente. Bueno, eso de decir “nadie” solo es un decir, porque los chicos si se aventuraban afuera aun con la desaprobación de los mayores, porque es bien sabido que los niños difícilmente se quedan quietos por más de una hora. Como todos los años, la temporada de lluvias había llegado desde hacía tres meses, junto con las festividades de San Gregorio, uno de los santos más milagrosos, al que se le atribuían curaciones portentosas, razón por la que competía con San Nicolás Tolentino. Cada cual tenía su capilla donde los fieles veneraban sus imágenes. Las capillas estaban fabricadas, al igual que las casas, con paredes de adobe y techos de zacate de loma y por esta misma razón, tanto las capillas como las casas se veían afectadas cuando había tapaquiagües.