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Categoría: Estado de México
Escrito por Emiliano Mateo Carrillo Carrasco

 

Es el momento de los jóvenes en su lucha por el presente y futuro: El desinterés de los jóvenes, porque no creen en la política, debido a que los partidos están en un círculo de corrupción e impunidad. A la falta de establecer acciones de inclusión a temas propios de los jóvenes muy comunes, el estudio, el ingreso, él empleo de medio tiempo, esto es, trabaja y estudia para formar una capacidad de acción.

La economía y la política ante la desvinculación ante reglas del poder financiero e intereses  macroeconómicas, que afectan  a las grandes masas sociales en su desarrollo y calidad de vida ,  las acciones que solamente van dirigidas a proteger los enormes intereses de los grupos de poder y que son los que en verdad gobiernan por medio de los “representantes” que, supuestamente, elegimos cada tres o seis años y que en verdad con ello legalizamos lo que ellos hacen en contra nuestra,  los que mangonean y deciden cómo y cuándo nos joden, también están sujetos a los caprichos o intereses de los grandes consorcios internacionales y a los grandes grupos financieros que hoy en día controlan a todos los países y gobiernos del mundo. A la entrada del siglo XXI, el partido de justicia social se extinguió ante la economía del comercio, los ideales de la revolución lo sepultaron una clase de burocracia-tecnócrata; el PRI del siglo pasado secuestrado por este grupo de poder que ha propiciado mayor desigualdad social y pobreza.

Los problemas no son eternos, siempre tienen solución, lo único que no se resuelve es la muerte, establece lo que hiciste en tu entorno positivo o negativo.  No permitas que nadie te insulte, te humille o te baje la autoestima. Los gritos son el arma de los cobardes, de los que no tienen la razón. Siempre encontraremos gente que te quiere culpar de sus fracasos, y cada quien tiene lo que se merece.” WILLIAM SHAKESPEARE.

Los cambios estructurales y de acciones eficientes que habría que hacer en el sistema social para favorecer la felicidad. Si es usted feliz, pregúntese cuántos de sus amigos lo son. Y cuando haya pasado revista a sus amigos, aprenda el arte de leer rostros; hágase receptivo a los estados de ánimo de las personas con que se encuentra a lo largo de un día normal.

“muchas de las causas que pueden acarrear nuestra desdicha escapan a nuestro control individual: guerras, enfermedades, accidentes, situaciones inicuas de explotación económica, tiranías. constituir una especie de Estado Mundial que impidiese las guerras entre naciones y procurase el bien común de la humanidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente de la política en los albores del siglo XXI.” Bertrand Russell Supone un lector con razonable buena salud, esto es, ser libre de temores, con un trabajo no esclavizador que le permite ganarse la vida sin atroces agobios, que vive en un país donde está vigente un régimen político democrático y a quien no afecta personalmente ningún accidente fatal. Es decir, aquí Russell escribe para privilegiados que no luchan por su mera supervivencia, que disfrutan de una existencia soportable pero que quisieran que fuese realmente satisfactoria... o para aquellos, aún más frecuentes, empeñados en hacerse insoportable a sí mismos una vida que objetivamente no tendría por qué serlo.

En cambio, hoy «nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo de aburrirnos». Y ese es en efecto nuestro problema: no hay nada más desesperadamente aburrido que el temor constante a aburrirse, la obligación de hallar diversiones externas. Salvo un puñado de personas creativas al resto de la humanidad no le queda más remedio que fastidiar al prójimo, morirse de fastidio... o comprar algo. En fin, esperemos que internet alivie un poco los peores efectos de nuestra trágica condición de una sociedad de consumo y de apatía social.

 El secreto de la felicidad consiste en no ser completamente imbécil o en serlo. Como casi todos los ilustrados occidentales (en Oriente se da mayor diversidad de opiniones al respecto), Bertrand Russell opta decididamente por la primera alternativa. Para ser razonablemente feliz hay que pensar de modo adecuado, no dejar completamente de pensar; hay que actuar correcta, inventiva y si es posible desinteresadamente, no dejar del todo de actuar, etc. Bueno, no le falta del todo razón: Algunas desventuras podremos evitar atendiendo sus consejos, sin necesidad de cambiar demasiado radicalmente nuestro modo de vida.

A conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre eso yo no me haría demasiadas ilusiones. Evitar la perpetuación de la pobreza es necesario para que los beneficios de la producción industrial favorezcan en alguna medida a los más necesitados; pero ¿de qué serviría hacer rico a todo el mundo, si los ricos también son desgraciados? La educación en la crueldad y el miedo es mala, pero los que son esclavos de estas pasiones no pueden dar otro tipo de educación.

 Estas consideraciones nos llevan al problema del individuo: ¿qué puede hacer un hombre o una mujer, aquí y ahora, en medio de nuestra nostálgica sociedad, para alcanzar la felicidad? Al discutir este problema, limitaré mi atención a personas que no están sometidas a ninguna causa externa de sufrimiento extremo.  La infelicidad se debe en muy gran medida a conceptos del mundo erróneos, a éticas erróneas, a hábitos de vida erróneos, que conducen a la destrucción de ese entusiasmo natural, ese apetito de cosas posibles del que depende toda felicidad, tanto la de las personas como la de los animales. Se trata de cuestiones que están dentro de las posibilidades del individuo, y me propongo sugerir ciertos cambios mediante los cuales, con un grado normal de buena suerte, se puede alcanzar esta felicidad.

El yo no es lo ideal, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidar su propia alma. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo.

La tragedia de muchos políticos de éxito es que la egolatría va sustituyendo poco a poco al interés por la comunidad y las medidas que defendía. El hombre que solo está interesado en sí mismo no es admirable, y no se siente admirado. En consecuencia, el hombre cuyo único interés en el mundo es que el mundo le admire tiene pocas posibilidades de alcanzar su objetivo.

Pero aun si lo consigue, no será completamente feliz, porque el instinto humano nunca es totalmente egocéntrico, y el egoísta se está limitando artificialmente tanto como el hombre dominado por el sentimiento de pecado.

El hombre primitivo podía estar orgulloso de ser un buen cazador, pero también disfrutaba con la actividad de la caza. La vanidad, cuando sobrepasa cierto punto, mata el placer que ofrece toda actividad por sí misma, y conduce inevitablemente a la indiferencia y el hastío. A menudo, la causa es la timidez, y la cura es el desarrollo de la propia dignidad...